martes, 20 de diciembre de 2011

Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Los trapitos al Sol

Un buen día, al llegar a mi despacho en el Ministerio de Hacienda, encontré sobre mi escritorio unos papeles llenos de cifras y columnas.

Averigüé quién los había puesto allí. Me dijeron que venían de la Sección de Estadística. Pedí el nombre de la persona responsable. Era doña Eloísa Delgado. Indiqué entonces al secretario que solicitase a la señorita Eloísa el favor de venir a verme, advirtiéndole que se preparara a una reunión bastante larga.

Cuando llegó Eloísa, le pedí que se sentara y le dije que teníamos que hablar mucho; pero que, ante todo, tuviera la bondad de explicarme qué eran los papeles que tenía a la vista.

Me respondió que eran papeles muy importantes, porque contenían el proyecto de índice de nivel de precios correspondientes al mes anterior, y que debía ser aprobado antes de ser enviado a los periódicos para su publicación.

Pregunté entonces qué tenía yo que ver con todo eso, y me contestó, sorprendida: “¡Cómo! ¿Qué tiene usted que ver? ¡Si eso es lo más importante! Usted, como Ministro, es quien tiene que resolver las cifras que pondremos en el índice”.

Me limité a observar: “Pues las cifras tienen que ser las verdaderas”. “¡No! –me replicó–. Esas cifras no se hacen en los mercados. Se toma más o menos en cuenta la situación, pero después el Gobierno determina los porcentajes oficiales que pueden publicarse. Es por eso que la intervención de usted es necesaria. Usted comprende –agregó–, la declaración de que los precios hayan subido o hayan bajado en tantos puntos tiene muchas repercusiones. No hay que tomar en cuenta únicamente a las amas de casa. Hasta hay, por ejemplo, sindicatos (se refería, por ejemplo, a los trabajadores de la industria textil) que tienen arreglos según los cuales los salarios se reajustan de acuerdo con el índice de precios. Por eso, éste es un asunto de alta política, que sólo el Ministro en persona puede resolver”.

Traté de explicar a Eloísa cómo debería ser el índice del costo de vida. No era necesario. Ella lo sabía perfectamente: “No se preocupe –me dijo–, yo comprendo muy bien lo que usted dice, y cómo debería ser el índice. Pero las cifras pueden tener consecuencias políticas, y por eso se ha acostumbrado siempre que sea el Ministro quien resuelva finalmente el índice que debe darse a conocer al público. En otras palabras, ahora es usted quien debe determinar las cifras. Así se ha hecho toda la vida. No recuerdo ningún caso en que se haya prescindido del Ministro”.

Me imagino que, años antes de llegar Eloísa a ocupar su cargo, algún Ministro de Hacienda, en situación tambaleante, debe de haberse sorprendido una mañana al leer en el periódico que el costo de vida había subido fuertemente, según datos del propio Gobierno. La oposición, pensaría el Ministro, no dejaría pasar la ocasión de aprovechar las cifras oficiales. El Ministro habría dado entonces orden terminante de nunca más hacer público el índice de costo de vida sin su previa intervención personal. Así, seguramente, se habría llegado a la situación que Eloísa me exponía con tanta franqueza.

Me imagino también que, antes de eso, la publicación del índice oficial del costo de vida, debió originarse en el deseo de evitar que prosperasen la agitación y la propaganda basadas en explotar y exagerar el alza de uno que otro producto, como si se tratara de un encarecimiento general. El índice habría de reflejar la realidad, sin guiarse únicamente por las “chillerías”, como se dice, de las mujeres que van a las plazas del mercado.

Se pensó seguramente en que, en vez de la opinión necesariamente parcial de las amas de casa, que, sin embargo, son los verdaderos ministros de hacienda de cada hogar, debería haber una entidad oficial encargada de recoger toda la información necesaria en los mercados o donde realmente tuvieran lugar las transacciones. Sobre la base de esa información, se calcularía el promedio general; es decir, lo que comúnmente se denomina el índice del costo de vida y que en todos los países del mundo se acostumbra publicar siquiera una vez al mes.

Un índice fidedigno, que en conciencia refleje lo más exactamente la evolución real de los distintos precios, haría posible que el gran público se informara efectivamente de la verdad del costo de vida.

Pero es una tentación demasiado grande para los gobernantes la de utilizar el índice oficial de costo de vida con el fin de engañar a la opinión pública. Creen así, poder contrarrestar el efecto del encarecimiento, con la publicación de un costo de vida ficticio que no revela el alza verdadera de los precios.

Pero los resultados no responden a sus pretensiones. Todos se dan cuenta de la verdad. Nadie que sufra y sepa personalmente, en carne propia, que el dinero no le alcanza para seguir viviendo como vivía antes, va jamás a creer que son las estadísticas oficiales las que tienen razón y que el equivocado es él.

Las flaquezas humanas, sin embargo, son siempre las mismas. Nada se va tanto a la cabeza como el poder. Al no encontrar quien les hable con absoluta franqueza, los gobernantes llegan a confiar en que pueden hacer cualquier cosa y engañar a todo el mundo. Raro es aún el íntimo amigo de toda la vida que siga comportándose como antes con el gobernante. Mientras tanto, los interesados en ganarse al hombre en el poder, no hacen otra cosa que celebrar todos sus actos.

El hombre en las alturas que no pierde la cabeza, acabará por desconfiar de todo el mundo. El poder, en realidad, aísla. Es difícil discernir a quién habla con sinceridad entre el gran número de gente que todo lo aplauden.

El índice del costo de vida es buena muestra de la actitud habitual de los gobernantes. Por eso, el gran público desconfía tanto de esas cifras, y por eso, también, es tan difícil lograr información oficial en que pueda basarse con certeza la opinión pública. Es un error común de los gobernantes imaginar que la gente en general sea crédula y fácil de engañar.

Pero volvamos al problema que preocupaba entonces a Eloísa. Ella y yo estábamos de acuerdo en que, para comenzar, era necesario disponer de una información verídica sobre los precios que se pagaban efectivamente en el mercado.

Para alcanzar esa veracidad, se requiere disponer de investigadores que a diario desarrollen sus averiguaciones en los sitios donde se llevan a cabo las transacciones, sean las plazas del mercado, los supermarkets, las pulperías e incluyendo el mercado negro. Su trabajo debe llevase a cabo, por supuesto, sin divulgar su identidad, en forma anónima. Cuando es necesario, deben efectuar compras ellos mismos, para cerciorarse de la verdad, sin tomar en cuenta ni los precios oficiales ni los controles o interferencias, que sólo dan lugar al surgimiento de mercados negros. Sólo interesan los precios que efectivamente rigen. En otras palabras, para poder confeccionar un índice fidedigno, se necesita conocer de primera mano, los precios que el gran público tiene que pagar para comprar lo que necesita o desea adquirir.

Semejante trabajo debe efectuarse en muchos campos de acción, puesto que se busca conocer el costo de vida, el índice general de precios.

Además de los alimentos, están, por ejemplo, el vestido y el calzado; el transporte entre la casa donde se vive y el lugar donde se trabaja; el, arrendamiento de la casa, etc. En fin, todo lo que gastamos comúnmente. De todo ello, se necesitan datos precisos para poder confeccionar un índice que revele, efectivamente, el costo de vida.

Para dar una idea de la variedad de los datos necesarios para confeccionar un índice, me parece interesante una información de la agencia CIFRA, aparecida en periódicos españoles del 16 de agosto de 1975, mientras yo escribía estas líneas en España:

“Los españoles gastan el 35,4 por ciento de los ingresos en alimentos consumidos en el hogar, cifra que alcanza el 50 por ciento en las clases más bajas.

Otro de los fuertes gastos del español son los alquileres y gastos de vivienda, agua, combustible, calefacción, energía y reparaciones, que absorben el 14,91 por ciento de los ingresos.

También son importantes los capítulos de transportes, con 9,36 por ciento; el de muebles y otros gastos del hogar, con el 8,13; el de vestido y calzado, con el 7,70 y el de alimentos y bebidas consumidos fuera del hogar, con el 6,17 por ciento.

El esparcimiento, deportes y cultura, sólo ocupa un lugar intermedio, con el 4,87 por ciento.

Las desigualdades de renta implican una fuerte diferenciación en estos porcentajes, ya que la más baja, la de ingresos menores de 60.000 pesetas, dedican el 52,27 por ciento a alimentos consumidos en el hogar, en tanto que este porcentaje es del 18 por ciento para aquellos que ingresan más de 700.000 pesetas.

Los gastos de enseñanza son del 0,34 por ciento para los que ingresan menos de 60.000 pesetas, en tanto que alcanza el 3,63 por ciento para aquellos con niveles de ingresos superiores a las 700.000 pesetas.

La diferencia es notable también en transportes, ya que, mientras los que tienen ingresos inferiores a las 600.000 pesetas dedican a este capítulo el 2,61 por ciento de sus recursos, la clase más adinerada emplea en el mismo un 14 por ciento de sus ingresos.

Como se verá, la distinta manera cómo el alza de precios afecta a cada cual, según su respectiva situación económica, hace surgir el problema de confeccionar diferentes “índices del costo de vida” que tomen en cuenta los gastos corrientes a los diversos niveles económicos, para que pueda apreciarse su correspondiente situación real.

En suma: el asunto no es sencillo. Por eso, creímos indispensable recurrir a técnicos de primera clase y de vasta experiencia. Acudimos a la O.I.T. de Ginebra, que envió a George Bjorkenheim, con cuyo consejo, se llevó a cabo la organización del departamento especializado necesario, sobre la base de la experiencia mundial de esa institución.

Pero no debe olvidarse que, para que funcione debidamente ese departamento, es fundamental la autonomía absoluta de que debe gozar, sin intervención alguna de los hombres del gobierno, ni de sus allegados.

Después de todo, el resultado de su trabajo, pertenece a todos los peruanos. a quienes traicionaría quien prostituyera esa indispensable labor de orientadora información.

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