Revolución verde
Como ya hemos visto, sólo un aumento en nuestra producción puede hacer posible un mejor nivel de vida; sólo produciendo más, podremos también consumir más.
No olvidemos que actualmente se trata, no de mejorar nuestra situación, sino de impedir que se venga totalmente abajo, porque tenemos que enfrentamos a una crisis excepcionalmente grave. Ella se debe, no sólo al derrumbe de los precios de los productos que exportamos y a la suspensión de la pesca, sino, además, al servicio de nuestra enorme deuda externa que la dictadura de Velasco ha llevado a niveles jamás antes alcanzados.
El problema alimenticio es el más serio. Ya hemos visto las cifras proporcionadas por el Gobierno sobre el aumento anual del costo de las importaciones. Nuestra Reforma Agraria se ha dedicado a parcelar fundos sin demostrar tener en cuenta, en lo menor, el aumento de la producción, que ha sido siempre la consideración esencial en todos los países que han emprendido un programa semejante. Se ha estado perdiendo, por tanto, una oportunidad única de contribuir a la solución del problema tan fundamental.
Se han invertido muchos millones en obras de irrigación, en algunos casos, para asegurar el abastecimiento de agua donde antes sólo se había disfrutado de una dotación insuficiente o no aprovechable en la estación propicia; en otros, para hacer posible el riego de tierras eriazas, completamente secas, que requieren también, para volverse productivas, ser niveladas y dotadas de los canales de distribución necesarios.
Además, se necesitará de caminos de acceso para los nuevos agricultores, de sus viviendas, de sus implementos de labranza y de la financiación para cubrir sus gastos de instalación y subsistencia hasta obtener la primera cosecha.
Luego, habrá que orientarlos sobre la manera de desarrollar los cultivos adecuados, de adaptarse a las peculiaridades de la zona, y de colocar su producción en el mercado en las mejores condiciones.
Todo esto, desgraciadamente, toma mucho tiempo y dinero, pero deja, sin lugar a duda, como saldo positivo, el aumento de las tierras en cultivo; es decir, una nueva fuente de producción.
He tenido oportunidad de ver esto muy de cerca en las llamadas Pampas del Imperial, en la parte alta del Valle del Cañete, que fueron irrigadas hace cincuenta años por el gobierno de Leguía.
No todas las tierras irrigadas resultan fértiles. Algunas demandan años antes de rendir su máximo. Sólo cuando llegan a estabilizarse puede apreciarse su efectivo aporte a la economía nacional, como sucede con la irrigación del Imperial.
Pero nuestra crisis es un problema de hoy y no de mañana. Su solución no puede depender, ahora, de este género de obras. Nuestra situación actual me recuerda a la de México hace treinta y cinco años. Sus exportaciones no producían suficiente moneda extranjera para pagar las crecientes cantidades de alimentos que era necesario importar. No sabían qué hacer.
Fue entonces cuando el Ing. Marte R. Gómez, ministro de Agricultura, optó por recurrir a la Rockefeller Foundation, en Nueva York, que ya había adquirido gran reputación en otros campos científicos. Desgraciadamente, como no había hecho nada en agricultura, tuvo que contestar al ministro mexicano que no estaba en situación de prestar ayuda alguna.
Ante la insistencia de Gómez, la Fundación resolvió contratar a un pequeño grupo de tres especialistas, de entre lo mejor que había en los Estados Unidos, para llevar a cabo, en México, una investigación científica sobre la posibilidad de aumentar la producción agrícola.
Esos hombres marcharon a México en julio de 1941, y permanecieron allí hasta formarse la clara idea de que, tras una labor que se anunciaba como interesantísima, sin lugar a duda, se podría lograr el aumento de las cosechas.
Como consecuencia, la Rockefeller Foundation y el gobierno de México acordaron establecer, conjuntamente, un centro autónomo para multiplicar la producción de las plantas, mediante el trabajo científico de seleccionar variedades y luego hacer cruces entre ellas. El objetivo era desarrollar así nuevas variedades, no sólo de gran fertilidad y muy superiores a las existentes, sino, al mismo tiempo, resistentes a las plagas que diezman la producción.
La experiencia nos enseña, como ya hemos visto, que la abundancia trae abajo los precios que el consumidor tiene que pagar en las plazas del mercado. Ahora bien, al elevarse la producción de cada planta, al mejorar el rendimiento de la tierra con la obtención de mayores cosechas, no sólo bajan los precios, sino que también baja el costo de producción para el agricultor, quien gasta lo mismo que antes, pero obtiene mayores cantidades.
Lo que se venía haciendo en la agricultura de Estados Unidos desde hace unos cincuenta años se repitió con éxito en México.
En el otro extremo del mundo, en Los Baños, en las Filipinas, a menos de una hora en auto de Manila, está el Instituto Internacional de Investigación del Arroz, conocido como IRRI (International Rice Research Institute) que está desarrollando una labor admirable por sus vastos alcances.
Harrar, el mismo hombre que dirigió la labor en México, y luego pasó a Nueva York a hacerse cargo de la Rockefeller Foundation como director, fue quien convenció a la Ford Foundation para que, conjuntamente, emprendieran una labor semejante en las Filipinas. Esta vez la investigación científica estaría dedicada, en primer término, al arroz del que depende para su alimentación una proporción muy grande de la población del mundo.
Como el problema de la producción de alimentos siempre me ha preocupado, y como, en realidad, sólo estudiando las cosas de cerca puede uno formarse un verdadero concepto de problemas como éste, resolvimos con Miriam, mi esposa, viajar al Oriente.
Salimos de San Francisco, California, en la primera semana de enero de 1974. Estuvimos de vuelta en la última semana de mayo. En suma, cerca de cinco meses en el Asia, nos permitieron dedicar todo el tiempo necesario para empapamos del asunto y apreciar cuanto se estaba haciendo.
No entraré ahora en los detalles técnicos del trabajo de esos organismos, lo que sólo puede interesar a quienes tengan especial dedicación por este tema, pero sí voy a resumir los resultados alcanzados, cuya importancia ha de interesar a todos.
Se han desarrollado nuevas variedades de semillas, gracias a las cuales las tierras, no sólo producen más, sino en menor tiempo. En ciertos climas, como en el Oriente Asiático, y como en nuestra propia Selva Alta del Perú, ello hace posible recoger más de una cosecha por año. Quizá con un ejemplo se puede explicar mejor esto.
Una cosecha de arroz corriente en las Filipinas toma alrededor de doscientos días, lo que significa que no se alcanza a sacar dos cosechas por año. En la práctica, según me informaron, sólo puede hablarse de una cosecha y media cada doce meses, con lo que se estima que, en promedio, se producen unas dos o dos y media toneladas de arroz, por hectárea, cada trescientos sesenta y cinco días.
Ahora bien, una cosecha de la última variedad de semillas de Los Baños es de ocho toneladas por hectárea. Pero, como requiere mucho menos tiempo que antes, permite sacar tres cosechas cada doce meses; es decir, 24 toneladas en trescientos sesenta y cinco días. En otras palabras, diez veces más por año.
Sin embargo, los trabajos continúan y no van a detenerse. Esos hombres de ciencia están convencidos de que puede irse más lejos y que su deber es seguir adelante. Por supuesto, estos resultados se obtienen en el campo, con un trato esmerado de las plantas, desde el sembrío, la cantidad de semilla, el cuidado, el abono, el control de insectos y, por último, la cosecha misma.
En este trabajo también deben intervenir separadamente, técnicos de un equipo diferente, en contacto constante con los agricultores, para aconsejarlos y absolver sus consultas.
Formosa ha establecido un sistema ejemplar de organizaciones rurales en toda la isla, que se reúnen regularmente, con asistencia de esos técnicos, y donde los agricultores discuten sus experiencias y problemas. Gracias a esto, en ningún otro país de condiciones climáticas semejantes, se está aprovechando tan bien como en Formosa la labor genética del gran Instituto Científico de Los Baños.
La formación de los técnicos que deben actuar en contacto con los agricultores mismos, requiere impartirles la debida instrucción, no sólo en los claustros universitarios, sino sobre el terreno mismo. Si no hay suficiente personal parí crear un centro propio de formación de esos técnicos, pues entonces debería recurrirse al extranjero. La mejor manera de encontrar el personal necesario es acudir al Centro de Los Baños en las Filipinas, porque allí va gente de todas partes del mundo. No hay otra organización con tal ausencia de provincialismo. Viene gente del mundo entero. Todos trabajan juntos, y de allí salen los que van a desarrollar igual labor en otros países.
Como es natural, sólo en el lugar mismo donde han de ser sembradas y cultivadas las plantas, pueden desarrollarse las variedades que rindan las más altas cosechas. El medio ambiente y el suelo son determinantes. Por eso, sin un Centro Científico propio capaz de desarrollar una labor semejante a la de México y a la de Los Baños, no se podrán lograr iguales adelantos o, como dirían los técnicos, no podrá el Perú tener una efectiva Revolución Verde de comparables alcances.
Centros como el de México y el de Los Baños, están siempre dispuestos a cooperar con quienes deseen emprender una labor equivalente en otro país. Además de dar consejos, información y oportunidades de adiestramiento, también acostumbran suministrar semillas que, en la práctica, resultan necesarias para ensayar nuevos cruces con el fin de obtener variedades originales con determinadas características.
En una palabra, son centros efectivamente internacionales, cuyos hombres ambicionan servir al mundo entero, imbuidos del propósito de ayudar a la formación de organizaciones científicas, dondequiera que falten alimentos.
El Perú no puede continuar más tiempo al margen de este movimiento. Con mucho menos dinero que los millones que se están gastando en obras de irrigación y en edificios lujosísimos e innecesariamente grandes para los ministerios y empresas del Gobierno, se podría desarrollar esta labor científica con la ayuda y la dirección de los hombres experimentados de estos centros de reputación mundial, para asegurar resultados positivos sin pérdida de tiempo.
Hay un abismo entre los tiempos en que México se lanzó por este camino, y hoy, en que tanto se ha llegado a conocer en la materia. La experiencia obtenida, tanto allí como en Los Baños, garantiza el éxito en mucho menos tiempo que antes, como dice el famoso Borlaug, quien recibió el Premio Nóbel por su participación en la Revolución Verde de México.
El actual ministro de Alimentación en el Perú, en su exposición aparecida en El Peruano el 18 de enero de 1975, dice: En cuanto a la tecnología, se cuenta en el Ministerio con una Dirección de Investigación que conjuntamente con el Instituto de Investigaciones Agro-Industriales y nuestras universidades aseguran, sin duda alguna, su desarrollo.
¿Podemos darnos el lujo de no tomar en cuenta los adelantos sensacionales que se están desarrollando en un rubro tan fundamental para nosotros como la producción de alimentos? ¿Vamos a seguir viviendo en el pasado, mientras los conocimientos científicos van adelante a pasos agigantados? ¿Vamos a engañarnos a nosotros mismos, con experimentos a la criolla, mientras ignorarnos y dejamos pasar experiencias logradas que están a nuestra disposición con sólo pedirlo?
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