martes, 20 de diciembre de 2011

Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

¿Peor que en Yugoslavia?

En París tuvimos la suerte, Miriam y yo, de conocer a gente muy simpática de la Embajada de Yugoslavia. Al recibir, por su conducto, una invitación del Gobierno yugoslavo para visitar su país, consideramos que no debíamos resistir la tentación ni rehusar la oportunidad de conocer de cerca; este nuevo sistema de comunismo del que tanto se había oído hablar.

Puse una condición: que iríamos, siempre que pudiéramos entrar en contacto con los jefes de la administración de los distintos departamentos del Gobierno. Los yugoslavos no pusieron objeción alguna a nuestro pedido. Al contrario, dijeron que tendrían mucho gusto en satisfacerlo y que, una vez en Belgrado, podríamos señalar cuáles eran las personas a quienes queríamos ver.

En efecto, a nuestra llegada a Belgrado, nos recibió en el aeropuerto el jefe de la sección encargada del periodismo internacional, quien, al día siguiente, vino al hotel para pedirme que le dijera a quiénes quería ver, para proceder a concertar las citas.

Así fue. Creo que al día siguiente comenzaron mis entrevistas con los funcionarios del Gobierno de Yugoslavia. Fueron sumamente atentos y contestaron mis preguntas con esa franqueza tan corriente entre la gente de su país. Hubo casos en que las entrevistas fueron sumamente largas. Ellos nunca trataron de acortarlas. Al contrario, era yo quien resolvía ponerles término.

El único funcionario que resultó reticente, como si no le agradara que yo conociera mucho de los asuntos a su cargo, fue el encargado del Tesoro, de manera que no tuve oportunidad de conocer de cerca el mecanismo de la “maquinita” en Yugoslavia.

Parece que después de la ruptura de Tito con Moscú, se temía una invasión de Stalin. Este consideró más prudente no lanzarse por ese camino, seguramente al recordar el hábil desempeño de las guerrillas de Tito, que hicieron imposible la ocupación permanente del territorio de Yugoslavia por los invasores nazis y fascistas.

Al conversar con muchos de esos funcionarios, algunos relataron incidentes en que habían tomado parte en esos tiempos. El recuerdo de las luchas, las batallas y los enfrentamientos en que habían intervenido exaltaba a la mayoría de ellos.

Rotas las relaciones con Moscú, resultaba que no era posible mantener en Yugoslavia la rigidez del comunismo ruso que Stalin había querido implantar. Era, pues, preciso encontrar algo que contrastara con el opresor centralismo staliniano. Fue entonces que alguien muy cercano a Tito ideó lo que se ha dado en llamar “autogestión”.

La ideología fue expuesta y discutida con Tito y sus más próximos colaboradores. Por fin, se resolvió ponerla en práctica.

Mucho después, cuando la autogestión ya había funcionado bastante tiempo en Yugoslavia, la dictadura de Velasco recibió la visita de altos representantes del gobierno de Belgrado. Estos hicieron propaganda a su sistema, y no dejaron de causar impresión en Lima. Fue así que poco después vinieron al Perú los expertos en la “autogestión” que se dedicaban a exponer y a predicar la ideología del sistema.

Como indica su nombre, una empresa de autogestión es manejada por todos quienes trabajan en ella. De capitán a paje, cada miembro del personal tiene un voto para pronunciarse en todos los asuntos que requieren consulta. La prédica en Lima de los apóstoles venidos desde Yugoslavia parecería haber hecho un efecto tan grande como para inspirar el experimento favorito del Gobierno peruano, que denomina “Propiedad Social”.

Fue una lástima que en el intercambio de ideas se discutiera sobre todo la ideología, expuesta tan ampliamente, y no el funcionamiento y los resultados del sistema.

¿Era un éxito o un fracaso? Después de todo, ya había durado tantos años que, comprobar el resultado, tenía que ser sumamente provechoso. No se trataba de un experimento reciente ni aislado, sino de una experiencia general y prolongada sobre la práctica de esos principios.

Voy a hablar ahora de lo que yo vi de esa experiencia con mis propios ojos. No cabe duda de que, al saber los dirigentes de una empresa que dependen de la mayoría de los votos de los trabajadores, tienen que tomar muy en cuenta los deseos del personal. Y, como es natural y humano, a los trabajadores, tomados en conjunto, nada les preocupa más que los sueldos y salarios que ganan. Su mayor deseo es, por supuesto, ganar lo más posible.

Ahora bien, la misma inflación, que es considerable en Yugoslavia, con un costo de vida que se eleva sin cesar, tiene que acentuar la expectativa de aumento salarial de los trabajadores. Y consecuentemente, sus exigencias, siempre atendidas por los gerentes que dependen de los votos del personal, tienen que llevar a la empresa al límite de sus posibilidades. Aun en condiciones de máxima eficiencia productiva, los mayores ingresos de las empresas “autogestionarias” se dedican a atender los reclamos salariales.

Cualquier trastorno en la producción o en las ventas tiene que causar, por tanto, dificultades que, de persistir, llevan a una verdadera crisis, ya que la empresa autogestionaria trabaja sin reservas para hacer frente a tales situaciones.

Si las pérdidas llevan al fracaso, y a la quiebra, la empresa tendría que disolverse, y todo el personal quedaría en la calle.

Para la ideología del régimen resulta inadmisible este resultado del fracaso de una empresa. Consideraciones de orden político mueven entonces a Tito a pensar que permitir el cierre de una empresa quebrada desprestigiaría el régimen. La racionalidad económica no interesa. Es preciso, por tanto, impedir la quiebra. Con ese fin, el gobierno mueve a los Bancos a que impidan el cierre de la empresa mediante “préstamos”.

En Yugoslavia actual la palabra “préstamo” no significa que la empresa tenga que devolver la suma recibida. Nadie lo espera. Antes bien, en caso necesario, se harán más préstamos. La única consideración es que no cierre la empresa, porque –dice el gobierno– cómo va a ser posible que los trabajadores se queda en la calle, como ocurre en los regímenes capitalistas.

El inspector financiero no hace cuestión de que en el balance del Banco sigan apareciendo en el Haber esos préstamos.

Pero, ¿de dónde obtienen los Bancos yugoslavos el dinero que prestan sin esperanza de reembolso? Pues es muy sencillo. Acuden al Banco Central de Reserva, cuya milagrosa “maquinita” es su única, pero inagotable, fuente de recursos.

Es así como la “autogestión” produce la constante emisión de billetes, con la consiguiente inflación y alza de precios y la devaluación de la moneda yugoslava con relación a la moneda de otros países.

Fue sumamente interesante lo que me dijo uno de los ideólogos de la autogestión, que había formado parte de las guerrillas contra la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. También había actuado en los preparativos para hacer frente a la posible acción de las fuerzas de Stalin a raíz de su rompimiento con Tito.

Esa autoridad en la materia había publicado una exposición muy clara sobre los principios de la autogestión, pero me confesó que, después de ver su fracaso en la práctica, estaba convencido de que era un sistema que no podía perdurar.

Bien querría yo relatar cada una de mis conversaciones con los funcionarios del Gobierno de Belgrado, pero, para eso, tendría que escribir otro libro exclusivamente sobre este tema.

Quiero, sí, referirme a una de las conversaciones más largas que sostuve (tomó toda una mañana), y en que se trató de las empresas autogestionarias. Fui recibido por cuatro hombres muy capaces, que conocían a fondo la ideología de la autogestión. Con toda paciencia, me explicaron los detalles de la legislación respectiva.

Ante todo, hay que tener presente que, al haber confiscado previamente el gobierno todas las empresas (excepto talleres en que trabajan muy pocas personas), la implantación de la autogestión no presentó mayor problema. Lo único que tuvo que hacer el gobierno fue convertir lo que ya era del Estado en empresas de la nueva modalidad.

Pregunté entonces, cómo podía formarse efectivamente una nueva empresa. ¿Quién aportaba en ese caso el capital necesario?

Me parecía –dije- que quien así lo hiciera merecía una consideración muy especial, ya que, después de entregar todo ese dinero, sólo tendría derecho a un voto en las decisiones de la empresa, al igual que todos los demás trabajadores que no contribuían con un solo centavo. Una acción semejante, demostraba que en Yugoslavia se encontraba gente superior a la de otras partes.

Después de una gran carcajada, la respuesta fue que, desgraciadamente, no se encontraba ese tipo de persona en su país, ya que los yugoslavos eran también seres humanos, con las mismas virtudes y fallas que en el resto del mundo.

Esto me hace recordar la entrevista exclusiva que el ministro de Agricultura, general de División EP, Enrique Gallegos Venero, concedió a Francisco Moncloa y Enrique Paredes, y que el Expreso parametrado del 29 de noviembre de 1975 publicó en toda una página, tres días después de promulgado el D.L. que permite a las empresas asociativas del agro (CAP, SAIS, etc.) incorporarse al sector de la Propiedad Social.

En los últimos párrafos se leía lo que sigue:

Creo que como en toda Revolución, se han dictado leyes, y que ésta es una, ley, que aun cuando sea fundamental para ponerse en práctica y conseguir lo que ella quiere, requiere muchísimo más esfuerzo que dar la ley misma. Y en este sentido ya es esto tarea del propio campesinado. Debemos pensar en que hay que exhibir al mundo, al Perú, empresas de propiedad social florecientes. Creo que ése es un compromiso y un reto muy duros. Digo esto, porque ya la Revolución desde hace varios años ha cumplido con darles la tierra y los medios de producción a las actuales empresas asociativas.

En alguna de ellas, vemos con asombro, que no ha cambiado nada. Que no ha cambiado nada porque en ella aún hay quienes continúan pensando que hay que acumular dinero, no importa en qué forma. Y cuando la cooperativa de al lado, por ejemplo Cayaltí, está en ruinas, bueno, dicen, ése es “su problema”.

Creemos que esto como todo es también cuestión de hombres. Son los hombres los que tienen que cambiar de mentalidad y la ley no puede hacer eso. Sólo será el profundo convencimiento de que esto es un instrumento de cambio, pero no sólo de cambio físico, sino de cambio espiritual. Porque la mejor ley, aplicada con sentido egoísta, tendrá que fracasar forzosamente.

De modo que acá, conjunta y paralelamente tenemos que cambiar todos. Cambiar de mentalidad y, en este caso, yo invoco a todos los que tengan en sus manos comités de gestión y empresas de propiedad social, a que mediten en que esto, la propiedad social, es un reto muy audaz que estamos mostrando a la historia y al mundo, pero antes que nada, al Perú, que espera que esto florezca.

En la misma página, aparece la siguiente opinión del entrevistado sobre problemas que deben abordarse en la aplicación de los principios de la Propiedad Social:

“Actualmente, los integrantes de una empresa asociativa luchan solidariamente por su empresa, y las otras empresas mayormente no les interesan. Si a eso le agregamos una diferencia sustancial del inicio, encontramos que unas empresas tienen la propiedad de tierras con riego, próximas a medios de comunicación, a mercados, disponen de todo tipo de facilidades y, por consiguiente, pueden hacer producir a sus tierras muy rápido y con menor esfuerzo.

En cambio, hay otras empresas asociativas que han recibido en propiedad tierras que no disponen de la misma calidad, sus suelos no son tan ricos agrícolamente, no tienen la misma cantidad de riego o de agua, no tienen vías de comunicación próximas, su acceso a los mercados es sumamente difícil y, por consiguiente, aun cuando desplieguen un trabajo superior al de otras empresas, siempre estarán en desventaja.

Por consiguiente, no se está cumpliendo exactamente con lo que la Revolución peruana quiere, que es la solidaridad entre todos los hombres, porque unos van a ver florecer sus empresas, tal vez con menor esfuerzo que otros, a quienes va a ser muy duro que puedan siquiera mejorar en forma notable su actual situación.

Pregunta: Entonces, si el cambio es voluntario, ¿no cree que a los que están en buena situación no les va a convenir entrar en un sector donde van a encontrar a otros que están en distinta situación?

Por supuesto, si es que pensamos en términos del egoísmo y del individualismo capitalista, no les va a convenir de ninguna manera. Y de eso se trata. Esta es la batalla, la lucha. Nosotros tenemos fe, profunda fe, en que el campesino peruano no es un hombre maleado y contaminado por el capitalismo, por el egoísmo y el individualismo. Creemos sinceramente que el campesino peruano tiene que encontrar algo hermoso en la solidaridad.

Pero no es sólo ésa la ventaja. Es una de las muchas ventajas por las cuales les conviene a los campesinos la propiedad social.

Hay otra, por ejemplo. Y es que en última instancia, el campesino, el agricultor, es el hombre que trabaja fuera de la ciudad, pero para la ciudad.

El no puede dejar de tener una solidaridad con quienes realizan la misma tarea. Los campesinos encuentran como herramienta, como única herramienta, a nuestro juicio, para defenderse de la dependencia de la ciudad, este sector de la propiedad social.

¿Y cómo se va a defender? Si él llega a entender el concepto nuevo de la propiedad, que es la propiedad de un sector, entonces no va a sentirse ya sólo agricultor, sino va a sentirse el hombre ligado a toda la economía de una región y, en última instancia, a toda la economía del país. Porque la propiedad social hace que todos los medios de producción de las empresas que pertenecen a, este sector sean propiedad de todos y, por consiguiente, si dentro de este sector de propiedad social, en la región o en el país, hay empresas industriales, de transportes, de servicios, empresas de turismo, etc., entonces ya no será sólo propietario de una empresa, ni siquiera de sólo las empresas agroindustriales del sector, él será copropietario también de las empresas de la ciudad. El va a sentir que son también parte de su propiedad la industria, el turismo, los servicios. Es toda una nueva concepción de lo que es el trabajo y la distribución de la riqueza que ésta genera. Ya no se verá el hombre del campo explotado por el industrial. Porque ese industrial, esa empresa industrial de propiedad social, tendrá también que derivar una parte de sus beneficios para el sector, y ese sector no lo forma sólo la industria sino todas las empresas de propiedad social. Entonces hay, pues, una mejor redistribución de la riqueza generada por el trabajo.

Todo esto naturalmente no es posible de hacerse por decreto ley ni en forma inmediata. Es todo un proceso que tendremos que seguir y que construir, con fe y con mucho coraje. Porque habrá que enfrentar muchísimas dificultades, tal vez, la primera de ellas, hacer entender estas ventajas.

En otra parte, dice:

“Porque el hombre de la ciudad, el hombre más honesto de la ciudad, y aun siendo muy revolucionario, suele olvidar cuando va a comprar papas, por mencionar un producto, el trabajo que han costado esas papas. Y olvidamos, cuando renegamos, por lo que han subido, que el producto de esa alza no está yendo a quien las produce, sino al comerciante, al hombre que no pone más trabajo que comprar a un precio y sacar utilidades vendiéndolo a otro.

Pero, el hombre que ha estado curvado de seis de la mañana a seis de la tarde, para poder extraer ese producto para la ciudad, ese hombre, no recibe el fruto de su trabajo. Esa es una injusticia tremenda, que podrá ser remediada, el día que se pueda reinvertir el producto de la riqueza que produce el agro en el propio agro. Se evitará que la explotación se duplique, porque para producir, el campesino va a la ciudad y compra, por ejemplo, palas y machetes, a precios caros. Entonces el campesino es doblemente explotado: cuando compra y cuando vende.

Nosotros terminaremos con esto, el día que por lo menos podamos satisfacer las mínimas necesidades del campesino, haciendo, no inmensas fábricas, para que no tengan miedo los capitalistas que invierten en ellas, sino muy pequeñas fábricas de ropa para que el hombre del campo no tenga que pagar pasajes para comprar un overol, ni pagar sobreprecios. Y para que el hombre pueda enlatar sus productos sin venir a la ciudad. Con esto, yo creo que no sólo se beneficia el campesino, sino que se beneficia a la ciudad. Se beneficia la ciudad porque es indiscutible que no podemos hablar de desarrollo en tanto no podamos detener una emigración que llega en unas condiciones que realmente encogen el corazón. Que como seres humanos, no podemos permitir que otros hombres vivan sin lo más indispensable a la dignidad humana. Yo creo que dentro de algunos años, estaremos cambiando, realmente, esta situación.

Dijo el general Gallegos en su entrevista: Son los hombres los que tienen que cambiar de mentalidad, y la ley no puede hacer eso. En buenas cuentas, fue la misma reacción de mis entrevistados en Belgrado, cuando yo asumí que se podía encontrar en Yugoslavia a hombres que ya hubieran cambiado de mentalidad. Pero, como bien dice el general, “la ley no puede hacer eso.

Al hablar sobre cómo debería comportarse la Propiedad Social, revela el general Gallegos un idealismo para cuya aplicación práctica también tendrían los seres humanos que cambiar su mentalidad.

Su idealismo, pues, está divorciado de la realidad. Los intereses de los diferentes sectores son distintos, como él mismo ha señalado. Es inevitable que cada uno de ellos procure que sus productos se valoricen lo más alto posible en su beneficio. Aquel que lo lograra, gozaría de una situación preferencial con relación a los demás. Estaría, pues, ganando utilidades a expensas de los otros.

¿Cuál sería la autoridad suprema de imparcialidad ejemplar y capacidad sobrenatural que creara una contabilidad capaz de valorizar cada cosa impidiendo el desequilibrio indebido entre los sectores?

Esto requeriría de hombres superdotados, desconocidos en el planeta.

En la práctica, errores en las valorizaciones habrían de producir pérdidas que, de no intervenir subsidios, llevarían a la quiebra.

¿Y de dónde conseguir el dinero para dichos subsidios? Todos sabemos que, como en Yugoslavia, tendrían que salir de la “maquinita”, madre natural de la inflación, ese mal que afecta a todos, pero mucho más cruelmente a los que tienen menos recursos.

En otras palabras, ¿no terminarían pagando el pato los peruanos más pobres, sean de la ciudad o del campo, a quienes, como resultado de la inflación adicional, les costaría aún más hasta para mantenerse con vida?

Pero, actualmente, como ministro de Agricultura, él mismo tiene entre sus manos un problema por demás importante y urgente: el de la producción de alimentos. No podemos seguir confiando en resolver el problema con la importación, que ha estado aumentando año tras año, en volumen y también en precio.

La grave situación económica afecta seriamente nuestras posibilidades de obtener la moneda extranjera necesaria para pagar esas importaciones.

El ministro de Economía y Finanzas, Luis Barría, en su larguísima exposición televisada de enero de 1976, dijo:

La agricultura, en la conducción del programa de Reactivación Económica, tiene la prioridad, la primera prioridad. Lo he señalado, insistiré en ello cuantas veces sea necesario. Y esperamos que en el año 1976 su crecimiento sea de 10,2 por ciento.

Pero la Reforma Agraria no se ha conducido, ni se conduce todavía, con ese fin, que ha debido ser desde un comienzo su preocupación principalísima; al contrario, la producción está en baja.

Procurar que no falte alimentos es un problema de máxima actualidad, de hoy mismo, el de mayor importancia para todos los peruanos; y requiere, en efecto, como Baría dijo, “la primera prioridad”.

Los problemas de la Propiedad Social no pueden competir con ello. No podemos darnos el lujo de perder el tiempo.

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