martes, 20 de diciembre de 2011

Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

La tierra maltratada

Siendo deficitaria nuestra producción, nos vemos obligados a importar productos alimenticios –dijo el ministro de Alimentación, general Hoyos Rubio, en su exposición publicada en El Peruano el 18 de marzo de 1975.

Agregó que el costo de esas importaciones, en dólares americanos, ascendió en 1973 a 170 millones; en 1974 a 237 millones; y que se calculaba sería de 357 millones en 1975.

En dos años, de 1973 a 1975, se habría, pues, más de duplicado el valor de la importación de alimentos.

Dijo también que el aumento de nuestra población alcanzaba aproximadamente a 400.000 peruanos más cada año.

Para hacer frente a semejante situación, nada habría sido más oportuno y eficaz que una Reforma Agraria integral, bien hecha, encaminada, ante todo, a lograr el aumento de la producción agrícola, como ha ocurrido en todo país en que la reforma ha tenido éxito.

Desgraciadamente, no ha sido así en el Perú, sino todo lo contrario. El Gobierno revolucionario, no sólo no se ha preocupado de elevar la producción agrícola, sino que ni siquiera se ha interesado por evitar aquellos hechos que tienden a ocasionar su baja.

El problema es sumamente grave. Por un lado, el aumento de la población significa un mayor consumo de alimentos. Por otro, la crisis económica afecta adversamente la posibilidad de disponer de la moneda extranjera necesaria para pagar los alimentos que necesitamos importar de otros países.

Fundamental preocupación de la Reforma Agraria debería haber sido aumentar la producción de alimentos, problema que cada día se agrava para todos los peruanos, y muy en especial para los más necesitados. La Reforma Agraria que se está llevando a cabo, no parece siquiera tomar en consideración este sustancial aspecto. La rapidez con que se procede a la parcelación embarga todo el interés de los reformadores, como si se tratara de establecer un nuevo récord en una competencia atlética. Pero la verdadera carrera –contra la amenaza del hambre– ni siquiera se inicia.

El ministro de Agricultura, general Gallegos dice que el ritmo de expropiaciones ha sido creciente cada año, lo que coloca al proceso peruano de Reforma Agraria entre los más rápidos del mundo.

Diríase una carrera contra el tiempo, algo así como una campaña militar relámpago que, en este, caso, absorbe tanto el interés de los actuales gobernantes que no les deja tiempo para pensar en la alimentación del pueblo.

En su editorial del 12 de marzo de 1975, La Prensa parametrada dice que el ministro Gallegos configuró la liquidación del latifundio, para junio del próximo año, como un compromiso de honor del Gobierno Revolucionario con el país. Para ello, habrá que trabajar a ritmo acelerado.

Ojalá hubiera idéntico interés por asumir el “compromiso”, bastante más urgente, de atender al máximo, y con primerísima prioridad, al aumento de la producción de alimentos, a fin de satisfacer con amplitud las' necesidades crecientes de todos los peruanos. Y no sólo de los peruanos de hoy; de cómo se haga la Reforma Agraria dependerá la capacidad de la economía agrícola para satisfacer las necesidades alimenticias de la población, también en el futuro, en que cada día habrá más y más bocas que clamarán por comer.

En México, hace treinta años, cuando se hizo angustiosa la falta de alimentos, el Gobierno buscó a alguien capaz de ayudar a obtener un mayor rendimiento de los campos de cultivo. Se firmó un convenio con la Rockefeller Foundation, que hizo un trabajo magnífico con resultados sorprendentes y que analizaremos en el próximo capítulo.

En el libro titulado Campaigns agaisnt Hunger (Campañas contra el Hambre), que trata de ese exitoso esfuerzo, se describe la situación creada por la parcelación de las tierras, hecha sin preparación y sin estudio previo, para prevenir los problemas derivados de la propia reforma:

La historia de la revolución agraria y de sus consecuencias es algo fascinante y significativo, aunque sólo es pertinente aquí en cuanto afecta a la revolución en la agricultura. La distribución de la tierra estaba satisfaciendo entonces el hambre de tierra de los campesinos sin propiedad; pero, ¿satisfacía acaso su hambre de alimentos?

Muy pronto fue evidente que la distribución de la tierra, por sí sola, no garantizaba la satisfacción del hambre, porque algo más del 50 por ciento de los nuevos campesinos ejidatarios eran analfabetos y no tenían ni la experiencia ni los recursos financieros para alcanzar un éxito inmediato como operadores independientes. La tendencia a la disminución de la producción de alimentos, que acompañó las fases violentas de la Revolución, continuó durante el período de postguerra, de reconstrucción y reajuste a nuevas condiciones.

La Reforma Agraria que se lleva a cabo en el Perú, sin estudio ni preparación alguna, corre idéntico peligro. En México, los ejidos se han convertido en un auténtico problema que, hasta ahora, nadie ha podido resolver. Felizmente, fueron implantados sólo en parte de ese país.

Mientras tanto, en la realidad agraria preexistente, la población contaba para su alimentación con el fruto del trabajo normal de los agricultores. La costumbre hacía que la producción y el abastecimiento de los mercados funcionaran sin necesidad de dirección ni de control alguno.

Al implantar un régimen de propiedad diferente se rompe la costumbre que aseguraba la normalidad de la agricultura preexistente. Se requiere entonces hacer funcionar un régimen de transición, con una autoridad capaz de dirigir, hasta en los mínimos detalles, cada paso de la Reforma Agraria.

Para esto, la Reforma Agraria necesita contar, desde su iniciación, con una organización de técnicos de primera clase, que verdaderamente entiendan el pro-blema y no, como se decía en México, de teorizantes de escuela o intelectuales librescos que nunca se hayan ensuciado el calzado en el polvo seco o el barro húmedo de los cultivos mismos.

Sólo con la directa intervención, desde un principio, de los debidos técnicos puede evitarse el verdadero caos que resulta de romper –sin establecer un mejor sustituto– las costumbres inveteradas que cuidaban, como una “mano invisible”, del abastecimiento regular en todo el país.

Desgraciadamente, es ese caos el que ya se está dejando sentir en el Perú. La producción continuará bajando a medida que siga progresando, a ritmo acelerado, una reforma Agraria que en nada se preocupa por la producción. Y ese peligro arrecia ahora que se va a aplicar la nueva disposición por la que se limita a 50 hectáreas el máximo de extensión permisible para la “propiedad mediana”. Antes era de 150 hectáreas.

En la edición de El Comercio parametrado del 14 de diciembre de 1975, se lee que el ministro de Agricultura, general Enrique Gallegos Venero, en una reunión celebrada en Tarapoto, reveló a los periodistas que el mínimo de inafectabilidad de tierras dictado por el Gobierno beneficiará a más de 300.000 pequeños agricultores.

Según la misma fuente, el ministro agregó que el dispositivo legal por el cual se reduce a 50 hectáreas el límite de tierras inafectable, ha sido dictado sobre la base de estudios efectuados por expertos de su portafolio, y no porque se hubiera registrado algún tipo de presión.

¿Puede alguien creer que se ha tomado en cuenta, en ese estudio cuyo texto nunca ha sido hecho público, la urgente necesidad de aumentar en el Perú la producción de alimentos?

Los voceros del Gobierno, las pocas veces que se han dignado discutir el tema del aumento de la producción agrícola, se han referido desdeñosamente a ello como preocupación “economicista”, sea lo que fuere el significado de este término. Otros han llegado a aseverar que aumentar la producción antes de terminar la distribución de tierras, sería “hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres”.

Es indudable que el procedimiento actual no disminuye la miseria de los pobres, pi en la ciudad ni en el campo. Es tan contraproducente la manera cómo se aborda en el Perú la Reforma Agraria que, lejos de aumentar la producción de alimentos, está disminuyendo.

En cuestión de tanta trascendencia, debió haberse comenzado por el principio, a saber, por una investigación a escala nacional para determinar la prioridad propicia para lograr el fin primordial que debe perseguirse: el mayor y más rápido aumento de la producción.

Pero nuestra Reforma Agraria actual está tan apurada, que no parece tener tiempo siquiera para tomar el cuidado elemental de evitar bajas en la producción con el cambio de propietarios. Entre la salida de un agricultor y el establecimiento de quien lo reemplaza, bien puede perderse toda una cosecha, o quedar tierras sin sembrar, si no se prevén hasta los menores detalles para evitar esos peligros.

Al respecto, vale la pena citar otra vez al ministro de Alimentación, general Hoyos Rubio, quien en su exposición aparecida en El Peruano del 18 de marzo de 1975, habla de la secuela de descapitalización del agro, provocada por la acción de muchos antiguos propietarios que abandonaron y descuidaron los campos cuando se aplicó la Reforma Agraria, y la actitud pasiva en la producción de muchos nuevos propietarios, beneficiarios del proceso, que impide alcanzar rápidamente los objetivos de producción y justicia social de la Reforma.

Para hacer una labor satisfactoria de Reforma Agraria, hay que tomar el tiempo necesario, porque cada paso requiere gran atención y, del detalle, depende el éxito.

Es fundamental recordar que ni la tierra ni el clima son iguales en todas partes. No es posible entonces pretender fijar reglas generales que puedan aplicarse a ciegas en cualquier lugar del territorio.

Aún en un mismo campo, relativamente pequeño, cabe encontrar desde tierras fertilísimas hasta otras que rinden muy poco. Por tanto, hay que ir al lugar mismo para cerciorarse de las características de cada caso individual.

La extensión de cada lote debe asegurar que, bien trabajado, permita al agricultor un decente nivel de vida. Podrá entonces dedicarse a su tierra por entero, y no tendrá que descuidarla para buscar, en otras partes, segundos empleos o cachuelos para ganar el dinero con qué atender debidamente sus necesidades y las de su familia.

Esto no puede alcanzarse con el método utilizado al buen tuntún en nuestra Reforma Agraria, consistente en fijar el número de hectáreas que debe tener cada lote, uniformemente, en toda la Costa del Perú. Para cada provincia de la Sierra se ha procedido en forma semejante, aunque con una extensión menor que en la Costa.

Dentro de los límites tan arbitrariamente fijados, deberá deslindarse cada lote, sin tomar en cuenta si así se favorece la mejor utilización de la tierra, ni si se posibilita a cada agricultor un nivel de vida decoroso.

Muy distinta habrá de ser la suerte de cada propietario según la calidad de las tierras que se le adjudiquen, y harto diferente el trabajo que podrá desarrollarse en cada caso y las cosechas que se podrán obtener.

Un volumen entero no sería suficiente para tratar ahora de la inmensa variedad de problemas que surgen en las especiales características de cada lote cuya extensión está rígidamente limitada por la ley.

En Italia, como es bien sabido, se hizo la mejor Reforma Agraria conocida hasta ahora. Yo tuve la oportunidad de conocerla de cerca, cuando en la Comisión para la Reforma Agraria y la Vivienda, resolvimos informamos de lo que se había hecho en otras partes. Ello era necesario para no repetir experimentos que hubiesen resultado un fracaso y para aprovechar en cambio lo aprovechable de lo que hubiese tenido éxito, con cuidado, por cierto, para adaptarlo a las condiciones propias del Perú.

Como también se quería recoger información útil sobre el Mediano y el Lejano Oriente, un miembro de la Comisión, don Jorge M. Zegarra, se prestó a hacerse de este encargo, arduo pero también sumamente interesante. Visitó, entre otros lugares, Israel, la India y Formosa, cuyas reformas valían la pena conocer, para aprender de sus errores y sus éxitos.

Me correspondió ir a países de Europa, como Holanda, Alemania y España, donde se han hecho excelentes trabajos en cuanto a la concentración, en una sola propiedad, de lotes dispersos, muchas veces minifundios, que habían ido a dar a las mismas manos por herencias y matrimonios. Semejante dispersión hacía imposible la debida atención de cultivos en lugares distantes los unos de los otros.

Ese problema también existe en el Perú y, un trabajo integral de Reforma Agraria, tendrá que ocuparse de él.

Es fácil comprender la complejidad de este problema, ya que los cambios de propiedad afectan también a otros agricultores, con los que hay que llegar a acuerdos para los necesarios trueques de tierras o compensaciones monetarias.

Es admirable cómo en los citados países europeos se ha llegado a soluciones que dejan satisfechos a todos los interesados. Todos salen ganando al poder dedicarse a sus campos, sin perder tiempo en desplazarse entre lotes apartados unos de otros.

También visité Italia, donde pude, no sólo sostener largas entrevistas con los ideólogos y los dirigentes en las oficinas centrales de la Reforma Agraria, sino visitar y quedarme el tiempo necesario en los lugares en que se ha llevado a cabo una Reforma integral, como en La Maremma y en el sur de Italia (Mezzogiomo).

Los estudios sobre la Reforma Agraria se habían iniciado con mucha anticipación en varias universidades, de manera que, cuando el gran líder político Alcide de Gasperi abordó el problema, no tuvo dificultades para determinar cómo y dónde podría y debería actuarse.

La Reforma Agraria de Italia tiene por finalidad tomar en productivas las tierras mal trabajadas. Se concentra la atención, por tanto, en el aspecto productivo del problema, vale decir, que la nueva agricultura logre que la tierra produzca el máximo posible.

Los reformadores italianos hacen especial hincapié en que, tal como he insistido también en el Perú, de lo que se haga ahora con la Reforma Agraria, dependerá la capacidad de la economía agrícola para satisfacer las necesidades alimenticias de toda la población, no sólo la de hoy, sino también la del futuro.

No podía dejar de recordar el contraste con lo que hemos visto que aconteció en México, cuando los italianos me decían que, después de todo, el trabajo del campo, aun con inveteradas costumbres, abastecía de alimentos al país. Trastornar lo que, bien o mal, funciona, sin tener la seguridad de poder reemplazarlo con algo que funcione mejor, es correr el peligro de una desorganización completa, de un caos capaz de traer abajo toda la producción.

Tampoco creen que sea aconsejable una reforma que pretenda abarcar todo el país al mismo tiempo, si se tiene en cuenta la cantidad de esfuerzos, de paciencia y de dinero que hay que invertir para lograr que los agricultores aprendan a trabajar de manera de obtener los más altos rendimientos. Dicen los italianos que ningún país puede atreverse a arriesgar tanto.

Además, como ni la tierra ni el clima son iguales en todas partes, la política agraria en Italia no ha consistido en pretender establecer reglas generales, sino por el contrario, en dedicarse exclusivamente al minucioso estudio de las condiciones de los lugares donde han de actuar.

Técnicos debidamente preparados vigilan hasta su último detalle lo que debe hacerse. Cuando lleguen nuevos agricultores, disfrutarán también de los consejos y direcciones de gente capaz, experimentada, que han de servirles de tutores; hasta que aprendan y se acostumbren a las técnicas que deben emplear para lograr las mejores cosechas.

A unos 20 kilómetros al norte de Roma, por la vía Aurelia, se encuentra La Maremma. Eran tierras de bajísimo rendimiento. Pues allí el trabajo que se hizo fue notable. Todo fue, como se dice, afectado por la Reforma Agraria con una sola excepción: la famosa Torre Impietro, que era una propiedad muy grande, la mayor de la región y, al mismo tiempo, la mejor organizada y mejor trabajada. Por eso no la tocaron.

En buenas cuentas, en Italia sólo actuó la Reforma Agraria donde era posible mejorar el rendimiento de las tierras. Pero si encontraban una excepción, la respetaban; no era probable que se pudiera mejorar sus rendimientos y, mientras tanto, había el peligro de que, con el cambio de dirección, la producción sufriera. Naturalmente, no se quería correr ese peligro.

Es una lección excelente para darse cuenta de por qué la Reforma Agraria en Italia ha tenido tan gran éxito.

El problema de la mecanización ha sido debidamente atendido. El agricultor de un lote no puede financiar por sí solo la compra de un tractor, lo que además sería invertir mal su dinero, porque trabajaría poquísimo con éste: sólo unas pocas horas, y de cuando en cuando.

Para usar económica y eficientemente los tractores, los agricultores deben agruparse. Ello supone un gran centro de mantenimiento y también un equipo de tractoristas.

Todo ello se hizo en La Maremma de manera excelente. Los agricultores pueden acudir a una gran oficina central para pedir el servicio de los tractores.

Además, para quienes lo deseen, hay depósitos para el almacenamiento de los productos, y facilidades para su venta.

Por último, aunque el nuevo agricultor reciba su terreno con la casa que ocupará, necesita financiación para la compra de implementos agrícolas y para tener con qué vivir hasta que recoja su primera cosecha.

Pero estaba olvidando un problema importantísimo: quiénes han de ser los nuevos agricultores. En el campo, todo el mundo sabe, como se dice vulgarmente en el Perú, tirar lampa, o sea, manejar la herramienta más sencilla. Pero tirar lampa y manejar otros implementos, no significa saber cuándo ni para qué emplearlos, cómo sembrar, etc.

Se necesita, por tanto, de una especie de tutor o consejero que lleve al nuevo agricultor de la mano, que lo dirija, que lo vaya educando e instruyendo, porque de otra manera, puede terminar produciendo sólo para subsistir él y su familia, mientras que el país necesita que produzca mucho más de lo que consume, para hacer llegar el sobrante a los mercados.

El incentivo de ganar más dinero, que habría de llevar al agricultor a producir el máximo, no será bien visto, seguramente, por los puritanos ideólogos de la Revolución que lamentan que el espíritu de lucro, rezago del capitalismo, puede todavía mover a alguien. Pero, si se tiene en cuenta la falta de alimentos que hoy padece el Perú, es de esperar que, en este caso por lo menos, esos austeros “anticonsumistas” absuelvan por adelantado a los agricultores que no se ciñan al escrupuloso cumplimiento de los “principios” de la revolución.

No va a ser fácil encontrar en el Perú agricultores con iniciativa capaces de introducir innovaciones, si el área máxima de propiedad personal se reduce a sólo 50 hectáreas. Quien tenga visión, no aceptará limitarse a un horizonte tan estrecho, sino que se lanzará a otra actividad de mayor expectativa. Pero desde el punto de vista de la Reforma Agraria, lo mejor sería que ese campesino con visión se dedicara a trabajar bien su tierra y, sobre todo, que sirviera de ejemplo a los demás. El agricultor es reacio a hacer las cosas que sólo conoce por “recomendaciones”. En cambio, si se le enseñan los resultados que ha obtenido un vecino y se le dice: “Pero mira, lo mismo puedes lograr tú si haces así y así”, entonces sí se le puede convencer.

No es alentador el porvenir que nos espera. Ya hemos visto los fracasos de la colectivización en Rusia. Mientras tanto, no sólo en los Estados Unidos, sino también en los demás países en Occidente, los rendimientos han ido mejorando sin cesar, gracias al trabajo científico y a la labor de difusión de los conocimientos alcanzados en la agricultura (extensión agrícola).

En Rusia se ha tratado de establecer un sistema de tenencia de la tierra que “ancle” a su lote a cada agricultor. Ya vemos los resultados que se obtienen. La cosecha de este año repite el mismo fracaso de los años pasados, aunque en grado todavía peor. Si no fuera por la abundancia de la producción americana de cereales, cuyos sobrantes los rusos tienen que comprar, no se sabe de qué podrían alimentarse.

Para obligarlos a permanecer en sus tierras se niega el pasaporte a los pobres campesinos rusos. Porque en Rusia, para viajar en su propio país, los mismos ciudadanos soviéticos necesitan pasaporte; y a los agricultores, hasta ahora, no se lo han proporcionado. Sólo se ha ofrecido que este año, por fin, se les va a dar. Pero entre los comunistas, más que en ninguna parte, es cierto que “del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Ha caído en mis manos un recorte que me parece vale la pena reproducir. El título es: Deben Subsistir Pequeña y Mediana Propiedad Rural. En él se lee lo siguiente:

El afán colectivista siempre ha tropezado, allí donde se le ha dado rienda suelta, con el invencible instinto de propiedad individual del agricultor. En la propia Unión Soviética, al lado de las granjas colectivas, han tenido que dejarse parcelas a la libre disposición individual del campesino, y éste goza de libertad, no sólo para el cultivo, sino hasta para colocar libremente los productos en mercados ad hoc, distintos de las tiendas del Estado donde todo se vende a precios oficiales.

En países como Polonia y Hungría, en los que el derecho de propiedad sobre la tierra estaba muy difundido, los gobiernos comunistas nó se han atrevido a tocar a los propietarios medianos y pequeños. En cuanto a los resultados del colectivismo en el agro, y del sistema de propiedad individual, bastaría con tener en cuenta que la Unión Soviética -el país de las granjas colectivas cuya implantación, bajo la espantosa tiranía de Stalin, costó la vida de millones de individuos-, tienen ahora mismo que comprar trigo a los Estados Unidos -el país de la propiedad privada donde al Estado no se le ocurriría, por ejemplo, asumir la distribución de los alimentos-. Se estima que, en lo que a la productividad se refiere, un granjero individual de Iowa, rinde nueve veces más que un granjero colectivo de Rusia.

Quienes conocen estos problemas y saben cómo debe ser una auténtica Reforma Agraria, como la que se ha hecho en Italia, por ejemplo, si vinieran al Perú y vieran lo que con ese nombre se está haciendo, dirían que es algo suicida. Por la confusión que está causando, por la falta de interés en el vital problema de la producción, por la carencia de conocimientos de las enormes complejidades del problema, especialmente al abarcar todo el país, por la obsesión de proceder con apuro a como dé lugar, esta singular deformación de una Reforma Agraria no puede menos que llevarlos a la triste convicción de que las perspectivas son negras para la agricultura y la alimentación en el Perú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario