Las vacas flacas
El Perú necesita urgentemente producir más, para que los peruanos puedan consumir más, elevando su nivel de vida.
Pero con emisiones incesantes de billetes, lejos de mejorar la situación de los peruanos, se la empeora, especialmente para los más humildes. Todo se vuelve más caro, empezando por los alimentos.
¿De qué podrán vivir los peruanos si no se hace algo real, para que, en vez de la escasez, sobrevenga la abundancia, que es lo único que efectivamente abarata la vida?
Esta debería ser la meta de todo gobierno que verdaderamente quisiera satisfacer la aspiración del pueblo y, muy especialmente, de los más numerosos, que son los que menos tienen y los que más necesitan.
De no producir más, ¿a dónde volveremos los ojos?
Esperar dádivas de alguna institución internacional, o de la generosidad de algún país rico, es estar en las nubes.
En todo caso, ¿podríamos resignarnos a mendigar ayuda, en vez de hacer frente al reto y resolvernos a encontrar la solución con nuestro propio esfuerzo?
Para tener éxito hay que concentrar toda la acción del Gobierno en procurar un aumento efectivo de la producción. No hay que engañarse ni perder el tiempo con experimentos que en nada contribuyen en realidad a ose fin esencial.
Esto es tanto más importante ahora, cuando el propio Gobierno ha declarado que atravesamos por una situación económica muy delicada.
Han quedado atrás los favorables años de la dictadura durante los cuales se gozó de altísimos precios -en la mayoría de los casos los más altos de todos los tiempos- para nuestros productos de exportación.
Han llegado a reducirse virtualmente a cero los ingresos de la pesca, cuyas exportaciones habían representado una de las principales fuentes de moneda extranjera.
Habíamos pasado, pues, por una época de excepcional bonanza. Las voluminosas entradas de moneda extranjera permitieron hacer fuertes compras en el exterior. Hasta se ha llegado a importar del extranjero el producto más peruano que pueda haber: la papa, desconocida en todo el mundo hasta que el francés Parmentier la difundió en Europa hace varios siglos.
El ministro, general Hoyos Rubio, en una exposición publicada en El Peruano el 18 de marzo de 1975, dice que:
Siendo deficitaria nuestra producción, nos vemos obligados a importar productos alimenticios.
Cada año sube el valor de nuestras importaciones, afectando a la economía nacional. Mientras el año 1973 en trigo, productos lácteos, carnes, maíz, sorgo, soya, aceites y grasas, se importó por 170 millones de dólares, en 1974 sube a 237 millones y se prevé para el año 1975 en estimado de 357 millones.
Hasta hace poco, las cosas fueron algo así como los siete años de “vacas gordas” de los que habla la Biblia.
Ahora asistimos al inicio de las “vacas flacas”, sin haber hecho previsión alguna para hacerles frente.
Según el relato bíblico, durante los buenos tiempos de las “vacas gordas” el faraón de Egipto nombró como gobernador general a José, hijo de Jacob, quien procedió a poner de lado, cada año, una quinta parte de las cosechas. Así se logró acumular una reserva que permitió evitar la hambruna cuando sobrevinieron los años de las “vacas flacas”.
Desgraciadamente, en el Perú, no se ha procedido de la misma manera. No sólo no se ha guardado un centavo, sino que, en plena bonanza, el Gobierno recurrió a empréstitos en el extranjero, cuyo servicio aumenta las cargas que habrá que sobrellevar en estos tiempos.
El Perú tendrá ahora la obligación de pagar al exterior, y en moneda extranjera, los intereses correspondientes; además de tener que devolver lo recibido en préstamo, con la frecuencia fijada en el respectivo compromiso de, amortizaciones.
En cuanto al monto de esas obligaciones, sólo puedo referirme a la única fuente de información que ha llegado a mis manos, proporcionada por el semanario Oiga en su edición del 12 de diciembre de 1975. Ahí se lee:
La deuda total del país es del orden de los 4500 millones concertados y 3.500 (millones) desembolsados y, lo que es más grave, esta deuda sustancial en relación a nuestros recursos externos, ha entrado a un rápido progreso de incremento a partir de 1973.
El servicio de una deuda de esa magnitud, es decir, el pago de los intereses más las amortizaciones, debe ser de más de 400 millones de dólares al año.
¿De dónde va a salir la cantidad de moneda extranjera necesaria durante las “vacas flacas”, cuando los precios de nuestros productos de exportación se hallan por los suelos, la producción flaquea, y hasta se ha llegado a paralizar la pesca, por falta de anchoveta, según el Gobierno?
La verdad es que tampoco se ha hecho obra real alguna para aumentar nuestra producción.
Mientras tanto, nuestra población continúa creciendo. Como están las cosas, ¿podremos seguir confiando en las importaciones para satisfacer el creciente número de bocas que clamen por alimentos?
En la exposición oficial ya mencionada, ha dicho el ministro Hoyos que nuestra población crece con un índice de 3,1 por ciento, equivalente, aproximadamente, a 400.000 peruanos más cada año.
Ninguna de las demás declaraciones oficiales se refiere a acción efectiva para lograr que crezca nuestra producción. Sólo se habla de aspectos adjetivos del problema. Así, por ejemplo, en la misma declaración oficial, al referirse a los planes del Gobierno, se dice que:
“La estimación global de la inversión para la realización de este nuevo sistema asciende a la cantidad aproximada de 6.200 millones de soles, según el siguiente detalle:
Centros de acopio 1.280 millones
Silos para arroz 1.200 millones
Infraestructura de distribución 3.708 millones
Programa de capacitación 12 millones
Total 6.200 millones
Pero no se dice una palabra sobre lo que se piensa hacer para tener suficiente cantidad de productos alimenticios para permitir aprovechar toda esa organización. Porque, ¿de qué servirán los silos, si no hay con qué llenarlos? ¿Y los centros de acopio? ¿Y la infraestructura de distribución?
Esto trae a la mente el caso del oleoducto destinado a que el petróleo de la selva llegue a la costa, y que se está construyendo antes de saber si efectivamente se encontrará petróleo suficiente para justificar la inversión.
No se toma en cuenta el verdadero problema, mejor dicho, la causa misma del problema que afecta a todos los peruanos, a saber, la escasa producción. En cuanto a los trabajos técnicos de genética indispensables para lograr el aumento en los rendimientos de la tierra, la exposición oficial sólo dice lo siguiente:
En cuanto a la tecnología, se cuenta en el Ministerio con una Dirección de Investigación que conjuntamente con el Instituto de Investigaciones Agro Industriales y nuestras Universidades, aseguraran sin duda alguna su desarrollo.
La declaración del ministro Hoyos termina con un llamamiento, nada alentador, en estos términos:
El consumidor, es decir, el pueblo mismo, tendrá que aprender a consumir lo nuestro, lo que con esfuerzo producen nuestros industriales y productores y lo que, en última instancia, cada familia tendrá que producir aún en su propio hogar, si el caso lo requiriera. Usted, consumidor, es parte fundamental del proceso de alimentación.
¿No ve el Gobierno otra solución extrema frente al peligro que nos amenaza?
Mientras tanto, todos sabemos que sólo en el campo puede lograrse el aumento de la producción de alimentos, única manera de abastecer a todos y al mismo tiempo de abaratar la vida. La experiencia enseña que los precios se vienen abajo con una buena cosecha, ya sea de papas, de arroz, maíz, naranjas, cebollas o de cualquier otro producto.
La abundancia es lo único que puede contrarrestar la inflación, porque los precios bajan entonces por sí solos, sin necesidad de esos zánganos de “inspectores” que aparentan cuidar de que los precios topes sean “respetados”. En tiempo de escasez, no lo consiguen; y en tiempo de abundancia, no sirven para nada, pues no es raro comprar cualquier artículo en el mercado por precios inferiores a los oficiales.
Y los agricultores no se arruinarán con la baja de los precios porque tanto menos tendrán que cobrar cuanto mayores sean las cantidades por vender, lo que ampliamente los compensará por la rebaja.
Por el contrario, la escasez no sólo encarece todo, sino que pronto hace aparecer el mercado negro, en el que rigen precios mucho más altos que los máximos fijados (en teoría) por las autoridades, sin que pueda impedirlo' la acción de los “inspectores”.
No han de faltar quienes sucumban a la tentación de ponerse de acuerdo, tras de batidores, con cada vendedor para, a cambio de pagarle un precio mayor, poder comprarle lo que quieran, en cantidad y en calidad. La demás gente, por tanto, tendrá que arreglarse con el resto; vale decir, con bastante menos de la cantidad llegada al mercado para la venta.
Una Reforma Agraria debidamente concebida y ejecutada no habría de llevar a las amas de casa a la necesidad de tener que “producir aun en su propio hogar”, como dice el ministro (¿aunque fuera en macetas?) los alimentos necesarios para la subsistencia familiar.
Pero abre ahora el ministro un campo de acción completamente nuevo: “modificar los hábitos alimentarios de nuestra población”. La solución del problema alimenticio, que siempre se ha enfocado desde el lado del aumento de la producción, en el que andamos tan mal, ahora será abordada desde el lado de la disminución del consumo.
En El Comercio parametrado del 4 de diciembre de 1975, a grandes titulares en primera página, se lee: Campaña Nacional de Educación Alimentaria anuncia el general Hoyos. Luego cita al ministro así:
En este programa, que abarcará a los distintos estratos de la comunidad, participarán en forma coordinada los Ministerios de Educación, Alimentación, Salud y Pesquería bajo normas establecidas que están listas.
Y agrega:
Señalo que esta tarea -por su envergadura y trascendencia- será una de las más importantes destinadas a modificar los hábitos alimentarios de nuestra población, dando prioridad al consumo de los artículos que producimos.
Seguramente el ministro va a encontrarse solo, en su optimismo, sobre la posibilidad de hacer que la gente cambie de gustos en comida. ¿Podrá alguien creer que esto dé resultado? Dentro de un cuartel quizá sea posible ensayarlo, pero al aire libre, o en los hogares de un país de hombres y mujeres que han sido libres, nadie puede imaginar que tenga éxito.
La gente, puede decirse que sin excepción, quiere ante todo que los precios no sigan subiendo. Para los más necesitados, esto es de vital importancia. Sólo la abundancia puede lograr esto. Ya nadie se engaña con la fijación oficial de precios máximos ni con la constitución de comités de consumidores, ni con redada policial ni detención de los llamados “acaparadores”. Lo que escasea, encarece, dígase lo que se quiera.
Con la abundancia, viene la variedad en el mercado, donde uno puede escoger lo que prefiere, lo que más le gusta, o lo más barato. Pero soportar que el Gobierno le diga a uno lo que debe comer, es algo que a nadie se le había ocurrido hasta ahora.
En La Prensa parametrada del 4 de setiembre de 1975, se anuncia también a grandes titulares en primera página: Inician Plan de Promoción Alimentaria. En la información se lee:
La nota informativa explica que se trata de un conjunto de actividades de carácter educativo en el campo de la alimentación. Tiene la intención de lograr en la comunidad la responsabilidad de la Educación Alimentaria.
Señala que el Programa Integral de Promoción Alimentaria, persigue la participación plena y cívica del poblador, concientizándolo con relación al papel que le toca cumplir en el medio social en que vive, que permitirá captar la problemática alimentaria y el sentir de contribuir a su solución.
Sobre el particular, el profesor Alberto Altamirano, uno de los tres ejecutores del programa, precisó que educar en alimentación en un país en desarrollo como el nuestro, necesariamente no tiene que fomentar el consumismo.
¿Qué quiere decir el profesor con sus referencias a la nueva alimentación que “necesariamente no tiene que fomentar el consumismo”?
Como el Gobierno cada vez ofrece a los peruanos menos oportunidades de consumir, no sólo en sus gastos legítimos, sino hasta en sus necesidades más elementales, los ideólogos, “revolucionarios”, se han lanzado a desacreditar el “consumismo” como si incluso el consumo de alimentos fuera una especie de pecado.
¡Las chicas que se preocupan de mantener su “figura” son las únicas con cuyo aplauso podría quizá contar el profesor Altamirano!
La queja más común en el Perú, se refiere a la escasez y a la carestía. Y esto no se debe a otra cosa que a la contraproducente política de la dictadura. En este caso, se trata de un problema interno, la producción en nuestra propia tierra, de modo que ni siquiera puede echarse mano del pretexto de culpar de todos los males del Perú a lo que pasa en el extranjero. Tampoco a los gobiernos anteriores. Después de más de siete años, sólo la dictadura puede ser la responsable de lo que pasa.
Los diarios, desde que fueron parametrados, no han hecho otra cosa que celebrar todos los actos de la dictadura, inclusive sus actos contradictorios. Para conocer la opinión general, de nada han servido los diarios: hay que hablar con la gente de la calle. La lectura de los diarios parametrados sólo sirve para conocer el mundo ficticio en que se desenvuelve el Perú oficial, pero su prédica no parece ganar sino a los que viven en él y de él.
Vale la pena leer estas palabras de Ismael Frías, en su revista Equis X del 4 de diciembre de 1975, bajo el título de “País real y país de papel”, dice así:
El papel aguanta todo. Pero la realidad aguanta sólo hasta cierto límite. Por eso, conviene a gobernantes y a gobernados, no confundir nunca el país real con el país de papel. El país profundo con el país de los diarios. El país de la gente que vive de su trabajo y el país de la gente que vive de su palabrería. (Hay que distinguir, por supuesto, palabra de palabrería, que es como diferenciar verdad de mentira).
Decimos esto porque vemos, con preocupación creciente, que el país de papel parece ser prioritario y predominante sobre el país real, en el Perú de hoy, para usar una terminología con la cual estamos más o menos familiarizados.
Luego agrega:
Todo esto muestra de qué manera el país de papel se impone sobre el país real, mediante el uso de un lenguaje al revés, que hace de la noche, día; de lo blanco, negro; y de la mentira, verdad. Ante ello sólo queda un recurso: a saber, hablar muy alto y muy claro el lenguaje de la realidad, de la razón, de la sensatez. A fin de que los que tengan ojos, vean; y los que tengan oídos, escuchen; tanto en el Gobierno como fuera de él, y mientras queda tiempo aún.
En el diario parametrado La Prensa del 9 de agosto de 1975, aparece una nota sobre la entrega de “Un esquema en el que se grafica al nuevo hombre peruano y las Bases Ideológicas de la Revolución Peruana” distribuido por el jefe del COAP, general José Graham Hurtado.
Este general ocupaba un puesto de gran importancia como jefe del cuerpo de asesores del dictador Velasco. Tenía a su cargo, no sólo la redacción de los decretos-ley, sino también intervenía en la determinación de la ideología política del Gobierno.
Después de la lectura de las páginas precedentes de este capítulo, no ha de sorprender que La Prensa agregue que el mencionado general “manifestó que había querido resumir los principios ideológicos de la Revolución Peruana, graficando a un hombre parado encima del imperialismo contra el que lucha nuestro proceso”.
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