martes, 20 de diciembre de 2011

Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Esto es lo que ha pasado en el Perú

Las Mutuales han atraído tantos depósitos de ahorro de gente de toda condición económica que, gracias a ellas, se han podido financiar muchas veces más construcciones de viviendas para gente modesta que por cualquier otro sistema, inclusive las empresas inmobiliarias particulares, los programas del Estado o los préstamos del Banco Central Hipotecario. El depósito inicial en la primera Mutual que se fundó, provino del dinero reunido para ese fin por un grupo del personal de talleres de La Prensa.

No han faltado países vecinos que han seguido el ejemplo peruano.

Todo este sistema está ahora en riesgo, si se confirman los temores que ha suscitado la reciente decisión del Gobierno revolucionario, de monopolizar en la empresa estatal EMADI la “comercialización de los terrenos”. No está claro, al momento de escribir estas líneas, el alcance que da el Gobierno a la palabra “comercialización”; pero la Cámara Peruana de Construcción, en un documento muy bien concebido que apareció en los diarios y revistas de Lima a fines de febrero de 1976, ha planteado serias dudas y objeciones.

Pero volvamos ahora a las luchas de La Prensa en la época de la dictadura de Odría.

Surgía entonces una cuestión de gran importancia para la restauración de la vida democrática en el Perú. El plazo digamos “oficial” del Gobierno de Odría se acercaba a su fin, pero todo indicaba que si el criollo dictador pudiera arreglar cómo quedarse, lo haría de mil amores. El país estaba ya cansado de la dictadura, pero, como a cualquier otro gobierno de fuerza, al de Odría todo le parecía posible.

La Prensa le salió al frente al iniciar una gran campaña en favor de elecciones libres. El primer efecto de nuestro tajante planteamiento, fue el abandono de la idea de Odría de perpetuarse él mismo en el Palacio de Gobierno. Vino entonces el intento de acomodar las cosas para preparar la imposición de un candidato único. La Prensa combatió con firmeza el nuevo plan.

De la pluma de periodistas de La Prensa salió el famoso documento publicado el 20 de julio de 1955, firmado por ciento once personas de todos los sectores democráticos, que insistían en elecciones libres.

Pedro Rosselló, un inquieto y fogoso patriota, exaltado por la negativa a permitir elecciones libres, ingresa por primera vez a la política peruana con gran resolución y gallardía y se lanza a la palestra a la cabeza de la Coalición Nacional, cuya primera concentración pública demostró que el ambiente era propio a la lucha por las libertades.

La Prensa proseguía en su campaña y era evidente que ganaba terreno en la opinión pública.

Un día vinieron a mi casa dos íntimos amigos, Enrique Ayulo y Gustavo Berckemeyer, quienes solían verse con Odría. Me transmitieron el mensaje personal de éste para mí: Si La Prensa no cesaba en su campaña, me haría detener, pero no para deportarme, sino para guardarme en la cárcel.

Les agradecí, naturalmente, un recado tan interesante para mí, ya que me hacía ver el estado de ánimo de Odría. Debo decir que ellos no hicieron esfuerzo alguno para disuadirme del propósito de La Prensa de seguir adelante en su campaña.

Vino entonces el compás de espera, tan significativo, del dictador que se pone a meditar sobre la razón que dará en público para un atropello: mejor dicho, la excusa que pondrá públicamente para convencer a todo el mundo que él recurre a la fuerza no por su gusto, sino porque no puede hacer otra cosa.

Pero esa espera le inquietaba. La campaña de La Prensa iba ganando apoyo en la opinión pública. Por tanto, Odría sentía que perdía tiempo. No es de sorprender que le viniera de perillas el levantamiento de su ex ministro, el general Merino, en Iquitos, un hecho completamente inesperado para todos. Pero el dictador tenía al fin el pretexto que necesitaba: ahora podría acusarme como cómplice de Merino.

Que no hubiera prueba ni indicio alguno para tal acusación y que el propio Odría en su fuero interno estuviera convencido de que yo no tenía y no podía tener parte alguna en el levantamiento, en nada afectó la decisión del dictador.

En las alturas del poder es frecuente que se pierda la cabeza y se actúe como si el gran público creyera siempre en las explicaciones oficiales. Se olvida que en el Perú no hay tanto cojudo.

El levantamiento de Merino fracasó, como tenía que fracasar. Es incomprensible que alguien imaginara que, desde Iquitos, del otro lado de los Andes, y en plena selva, podría iniciarse una revolución con posibilidades de éxito.

Mientras tanto, convencido de que ya podía tener su “conciencia tranquila”. Odría concentró todas sus fuerzas para asaltar La Prensa, paralizar su publicación y meter en prisión a más de cincuenta personas. En su mayoría eran periodistas, empleados y trabajadores de La Prensa, que habían decidido resistir conmigo el asalto policial. También había algunos políticos que actuaban por su cuenta. Con ello, aparentemente, quedaba cumplida la amenaza que poco antes me había hecho llegar el dictador, según acabo de relatar.

Todos fuimos a dar a El Frontón, la isla cárcel frente al Callao, donde a veces habían sido enviados los políticos, junto con los delincuentes comunes que cumplían condena.

El personal de La Prensa recuperó su local, a la fuerza, el día siguiente del asalto, pero se negó a someterse a la censura previa que el Gobierno exigía para permitir su publicación. Miriam, mi esposa, fue la que desde el primer momento y hasta el final más intransigentemente rechazó la censura.

Mientras tanto, los periódicos de todo el hemisferio habían comenzado a protestar. El tono de esa protesta iba en ascenso. Odría, que no se atrevió a mantenerse firme, dejó de exigir la censura. Así reapareció La Prensa. Pero no amansada, sino al contrario, más exigente que nunca.

Quedamos por fin en El Frontón sólo Pedro Rosselló, quien era miembro del Directorio de La Prensa, Agustín Tovar y yo. Los demás habían sido liberados antes, individualmente o en pequeños grupos. Pero los periódicos del hemisferio mantenían su campaña para que ningún periodista peruano quedara en la cárcel.

Por último, la Sociedad Interamericana de Prensa, en sesión extraordinaria, decidió otorgarme la medalla de oro de Héroe de la Libertad de Prensa, que antes sólo se había conferido una vez.

Al día siguiente, los tres que quedábamos en El Frontón fuimos liberados, pero la campaña de La Prensa se mantuvo con igual insistencia. Nuestro mayor motivo de orgullo cívico fue que llegaron a realizarse elecciones libres, de las que no salió elegido el preferido que preconizaba el dictador y que éste tuvo que dejar el poder al candidato escogido por el pueblo.

Era la primera vez que un dictador militar tuviera que dejar el gobierno sin que se disparara un solo tiro, y simplemente, por la eficacia de la prensa independiente y del pueblo dispuesto a defender sus derechos.

Así se inició, en 1956, el régimen de Manuel Prado, del que he hablado en los capítulos anteriores y en el que me cupo actuar como Primer Ministro entre mediados de 1959 y fines de 1961.

Cuando después del premierato volví nuevamente a La Prensa, el Perú se aprestaba a otra elección. Se sabía de antemano que iba a ser muy reñida, pues las fuerzas en pugna eran bastante semejantes en volumen. La elección de 1962 no arrojó resultados decisivos. El Presidente tendría que ser escogido por las Cámaras, lo que no había ocurrido en mucho tiempo. De ello aprovecharon los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas para derrocar a Prado, diez días antes del final del período para el que había sido elegido.

La Junta Militar, encabezada al final por el general Nicolás Lindley, cumplió su compromiso de celebrar elecciones libres en el término de un año. Resultó Presidente el arquitecto Fernando Belaunde Terry. Pero él no tenía mayoría propia en el Congreso. Ahí predominaban los partidarios del Apra, orientados por Haya de la Torre, y los de la Unión Nacional Odriísta, que habían recuperado fuerza durante los años de oposición a Prado y que ahora habían resuelto seguir las reglas del juego democrático.

Era, pues, una delicada situación: la de un Gobierno sin mayoría en las Cámaras, donde la oposición se había hecho fuerte.

Más que nunca era necesario dedicarse a un periodismo independiente, que diera la razón a quien la tuviera, fuera el Ejecutivo o las Cámaras, el oficialismo o la oposición.

A ese propósito se consagró La Prensa durante los difíciles años que siguieron. Mantuvo las críticas a la política económica del Gobierno –y a la de las Cámaras-, pero defendió en todo tiempo el derecho de ambos poderes a concluir sus períodos hasta que fueran reemplazados por nuevas elecciones.

Lo esencial -sostuvo La Prensa- era preservar las libertades democráticas y dejar que el pueblo, periódicamente, tuviera la oportunidad de corregir los errores de los gobernantes, para que éstos dedicaran efectivamente sus mejores esfuerzos a servir las verdaderas aspiraciones populares: más producción, más trabajo, mejor nivel de vida, solución de los problemas diarios de vivienda, alimentación, salud, educación, apertura de nuevas zonas del país, etc.

Parecía que, pese a todo, iba a sobrevivir el régimen democrático. Sin embargo, la situación económica había llevado a la devaluación de 1967, y la opinión pública seguía muy dividida entre los partidarios del Gobierno, los de los partidos dominantes en las Cámaras y los que se oponían a unos y a otros.

Fue en ese clima que el 3 de octubre de 1968, menos de doce horas después de haber acudido al “besamanos” de Palacio de Gobierno para felicitar al nuevo Gabinete, el general Juan Velasco Alvarado dio el golpe militar con el que se inauguró la llamada “revolución peruana”. La Prensa solitariamente criticó desde su columna editorial este acto de fuerza que violaba la Constitución y ponía término a la vida democrática.

No hay comentarios:

Publicar un comentario