martes, 20 de diciembre de 2011

Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Guardianes de la Patria
La Fuerza Armada se debe por entero a toda la nación. Esta es su razón de ser. Sus compatriotas le han otorgado un orgulloso respaldo, al confiar en que los militares, marinos y aviadores que la integran, sabrán cumplir con el deber sagrado de mantenerse al servicio exclusivo de la Patria, único fundamento de la existencia de la noble institución militar:
El respaldo, la consideración y el respeto del pueblo en general por su Fuerza Armada, dependen de la confianza que ella logre inspirar acerca de su dedicación exclusiva a esos ideales.
Intervenir en política es abandonar esa sagrada misión y torcer el sentido de instituciones nacionales que son del país entero y no pertenecen a quienes eventualmente las dirijan.
No se trata de que sean buenas o malas las ideologías que las muevan, sino que la Fuerza Armada fue creada para servir a la Patria, a todos los peruanos, y no para que sus jefes se aprovechen en política de la situación única que ha de tener si cuenta con el respaldo de todos, pero que ha de perder al ser dedicada a las contiendas y facciones que dividan al país.
Estamos palpando ahora las consecuencias, inevitablemente funestas, de la intervención militar en la política, a costa de la autoridad moral que la Fuerza Armada había merecido y ganado en el Perú.
Es evidente que las medidas tomadas y las declaraciones hechas en su nombre no han generado popularidad. Por el contrario, los diversos sectores y niveles económicos, han perdido confianza en los jefes que hablan a nombre de la Fuerza Armada. Cada día que pasa, se los considera más como un grupo político que abusa del poder. Este sentimiento divide al país y genera creciente oposición.
Ni las declaraciones favorables de los comunistas, ni las manifestaciones acomodadas de los oportunistas políticos que medran a la sombra del poder, ni la propaganda monocorde de los periódicos parametrados, pueden llevar a creer en la popularidad del régimen. El país no se engaña. Todo el mundo sabe que los enfoques de los problemas nacionales por tales periódicos, dependen de las instrucciones del dictador de turno, por lo que es contraproducente cuanto puedan decir.
Recordemos un poco de historia. A fines del siglo pasado, la civilidad, harta de los regímenes militares políticos, se unió para poner fin al sistema de gobiernos capturados por la fuerza.
A Piérola, líder de esa civilidad, se le puede aplicar lo que decía Lenín de sí mismo: “Yo no hice la revolución: la encontré en la calle y la recogí”.
En realidad, fue el país entero que se levantó y, por eso, nada pudieron hacer los militares aunque tuvieron entonces, en Palacio, nada menos que a Cáceres, de gran reputación por su heroica campaña contra los chilenos durante la ocupación.
Contando con el apoyo general, Piérola se dedicó a formar un verdadero ejército profesional, al margen de quienes habían desconocido su sagrada misión.
Para reconstruir las fuerzas armadas desde sus cimientos, tuvo Piérola que recurrir a asesores militares de Francia, donde ya existía lo que el Perú necesitaba: una fuerza nacional al margen de la política, consagrada al servicio exclusivo de la Patria.
Así pudimos tener una institución respetada, motivo de legítimo orgullo patriótico de todos los peruanos.
¡Lección impresionante y elocuente que no comprenden u olvidan quienes hoy día vuelven a sacar a la Fuerza Armada de su misión!
¡Qué contraste con lo que está pasando hoy, cuando únicamente militares ocupan los más altos cargos, no sólo en el Gobierno, sino también en las demás entidades oficiales! El Gabinete está constituido exclusivamente por militares, con la solitaria excepción del ministro de Economía y Finanzas. Militares son, asimismo, los jefes de las empresas y organizaciones públicas.
El resto de los peruanos, fuera de los que visten uniforme, no tienen acceso a los niveles directivos. Parecen condenados a acostumbrarse a ser ciudadanos disminuidos.
¡Se comprende lo que sintió el Perú después del gran triunfo de Piérola! Hubo entonces un gobierno democrático, abierto a todos los peruanos, y una Fuerza Armada al margen de la política.
Los viejos no podemos olvidar el grito que se oía por las calles después de unas cuantas copas: “¡Viva Piérola, carajo!”. Era la expresión eufórica del triunfo, sentimiento tan arraigado en el pueblo que, aun en 1930, al término de la dictadura de Leguía repetían, a pesar de que ya habían pasado treinta y cinco años de la entrada a Lima del viejo Caudillo.
Mientras la Fuerza Armada esté dedicada exclusivamente al servicio del país, siempre habrá de recibir el respaldo de todos los peruanos sin opiniones divididas; mientras que, si ella misma se ocupa de otras cosas, su acción tiene que merecer distintos juicios y entrar en el debate público.
Entonces, deja de merecer el respaldo de todos los peruanos y comienza a tener críticos y opositores; no por ser lo que es, sino precisamente por lo contrario, por estarse ocupando de otras cosas, es que las opiniones se dividen.
Es preciso que desde el colegio se pueda enseñar que la Fuerza Armada está dedicada exclusivamente al servicio de la Patria; que, en caso de peligro, constituye su primera línea de defensa; y que, por tanto, debemos venerarla y ponerla por encima de toda discrepancia de opiniones.
La Fuerza Armada, para llenar su cometido y para responder a las necesidades de la Patria, si una eventualidad se presentara, debe gozar, permanentemente, del apoyo, la confianza y el respaldo de todos los peruanos.
La educación castrense no prepara para las actividades fuera del Ejército. No es fácil adaptarse a algo tan distinto como la vida política, la administración pública, o la actividad empresarial, si no se ha tenido antes experiencia. El desconocimiento del medio y de las técnicas que se necesitan para dominarlo, llevan a cometer errores y a sufrir sorpresas.
El militar que entra al quehacer político se hace acreedor de todas las críticas que suelen recaer sobre los políticos, justificadas o no. El resultado de esa desacreditada elección es el desprestigio del militar, que se refleja en la institución a la que pertenece. Es por eso que el caso EPSA tiene tan graves consecuencias.
En el cuartel se considera que no se puede permitir el desacuerdo con el jefe, porque el militar se educa para cumplir las órdenes. El dictador Velasco dio un ejemplo de esto. Se rodeaba exclusivamente de militares, no porque los creyera enciclopédicos, sino porque conocía, mejor que nadie, sus limitaciones para actuar fuera del Ejército. Confiaba en que la disciplina militar no permitiría a ninguno rebelarse contra sus órdenes.
Los militares son especialistas en las actividades propias del buque, la base, o el cuartel. Precisamente, la dedicación exclusiva a los problemas castrenses, los inhibe de poder abarcar igualmente otras cuestiones.
El país necesita un Ejército compuesto de oficiales formados desde su juventud; capaz; bien instruido y equipado; bien remunerado; y que no se ocupe de otra cosa que del servicio exclusivo de su Patria.
Los militares que desarrollan interés por otros trabajos, deben retirarse definitivamente del Ejército antes de dedicarse a sus nuevas aficiones, sin sacar de su cauce y su misión a la institución tutelar de la república.
En cuanto a imaginar que el aprendizaje de los conocimientos puramente militares, es sencillo y fácil de llevar a la práctica, como se ha dicho para justificar que dediquen sus “ratos libres” a especialidades que nada tienen que ver con su profesión, basta leer, para convencerse de todo lo contrario, el artículo que publicó el New York Times el 15 de marzo de 1976. Bajo el título de “Nuevas Armas de Precisión están Alterando las Teorías de Guerra de la OTAN”, y bajo la firma de Drew Middleton, se dicen ahí cosas como las siguientes:
La doctrina militar está siendo reexaminada y, en algunos casos, revisada como resultado del despliegue en larga escala de las nuevas armas desarrolladas por la Unión Soviética y sus principales aliados del Pacto de Varsovia, y los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania Occidental.
Como parte de los nuevos arsenales el artículo cita armas guiadas de precisión, naves aéreas no tripuladas y a control remoto, y rayos láser de alta energía.
Añade que las nuevas armas, con su creciente exactitud, alcance y poder mortífero, han sacudido la sabiduría militar convencional. Los oficiales alemanes de Estado Mayor comparan su impacto con el producido por el advenimiento del uso conjunto de tanques y bombarderos en la blitzkrieg alemana de 1939 contra Polonia, que estableció temporalmente la superioridad de la ofensiva.
En cambio, los expertos militares occidentales, consideran que la influencia de las nuevas armas llevará en gran medida a restablecer las capacidades de la defensiva para hacer frente a vastos ataques aéreos y de tanques.
Las tasas de producción en los Estados Unidos y sus principales aliados indican que, para 1980, la defensa de Europa Occidental dependerá enormemente de misiles guiados de precisión, de superficie a aire, de superficie a superficie, y de aire a superficie. Como resultado, se piensa que las nuevas armas probablemente restringirán seriamente la libertad de operación conjunta de los equipos de tanques, cazas y bombarderos.
Otra lección consiste en que debe hacerse un mayor esfuerzo en materia de aparatos electrónicos contraofensivos, quizá transportados en aeronaves no tripuladas, y que enceguecerán y desorientarán a los sistemas de guía de las unidades enemigas de misiles.
Las concentraciones de hombres y de armas serán altamente peligrosas, y debe ponerse un mayor énfasis en disimular y camuflar las unidades blindadas, la artillería y la infantería.
En fin, habría que citar prácticamente todo el artículo si se quisiera mencionar la infinidad de modificaciones en la táctica y la estrategia militar, que se prevén como resultado directo de los nuevos desarrollos científicos y técnicos en materia de armamentos.
Es, por tanto, inexacto que los militares peruanos puedan darse el lujo de dedicar sólo parte de su tiempo a estudiar esos nuevos desarrollos, que algún día serán indispensables para la protección de la seguridad de la Patria, que es la razón de ser de nuestra Fuerza Armada, que cuenta con tan gloriosa historia en todas sus instituciones y armas.
Pero, pensar en una formación híbrida, es desconocer la verdadera misión de la Fuerza Armada. Eso tenemos que defender por encima de todo. Lo que necesitamos es una Fuerza Armada que merezca el apoyo de todos los peruanos, y su veneración a los que dediquen su vida a tan noble finalidad.
Esto es de importancia por lo que ya se está oyendo según La Prensa parametrada del 19 de diciembre de 1975 en la versión de una ceremonia, que comienza así:
El Ejército en el Perú no puede darse el lujo de tener un personal netamente castrense divorciado de su realidad nacional; es por eso que el oficial peruano es integralmente preparado para ser el germen de la nueva cruzada hasta en el último rincón del país donde sea destacado.
Y luego, dice que:
Los conocimientos exclusivamente militares, dirigidos normalmente a destruir a un enemigo convencional, son relativamente fáciles de aprender y sencillos de ejecutar. Después:
Hay otros enemigos más implacables, endémicos inmisericordes y más poderosos, sobre los cuales el proceso revolucionario de la Fuerza Armada ha puesto la mira.
Estos enemigos son: el subdesarrollo, la ignorancia, el hambre, las contradicciones sociales, nuestra orografía y las obras de infraestructura, que sí constituyen una guerra muy difícil y que va a ser muy larga.
Esa guerra requerirá de hombres, no sólo conocedores de las dificultades, no sólo conscientes en que ésta sí es una Guerra Santa, sino inclusive, alienados en el sentir de que derrotando a estos enemigos, el sol luminoso de un futuro promisor, de un porvenir brillante, puede llevar al Perú a alturas jamás soñadas y alcanzar esa patria grande que tanto deseamos.
Más adelante se lee:
Refiriéndose al CIMP, se manifestó que constituye la verdadera Universidad de Militares del Perú.
Y luego:
El oficial peruano tiene que ser diferente, no puede ser ciento por ciento castrense. Su preparación tiene que ser y es actualmente integral, porque él debe ser el germen de esta nueva cruzada en el último rincón del país donde sea destacado.
Imaginar que el CIMP puede servir de “Universidad” para que los oficiales lleguen a dominar los arduos problemas del Perú, es desconocer la realidad. Creer que es posible saberlo todo por haber seguido un curso o un cursillo, es peligrosísimo y contraproducente. Así se alienta a los oficiales a considerarse expertos instantáneos en cualquier problema y a cometer gravísimos errores que arruinarán su reputación personal y, a la vez, echarán sombras de duda sobre la
institución a la al pertenecen. Un militar, a cargo de un Ministerio, es responsable de la orientación del mismo. Como sus conocimientos en la materia están limitados a las generalidades del problema que tiene que afrontar y que pueda haber aprendido en “su universidad CIMP”, los verdaderos responsables son el grupito de “expertos” e ideólogos en que el ministro deposita toda su confianza y que no responden ante nadie por sus decisiones.
Esos pocos se aprovechan de la situación privilegiada en que están, confiados en su anonimato; y el ministro, encandilado por sus “expertos”, bendice su suerte por tener a su lado a tan brillantes cerebros que le permiten impresionar a los otros miembros del Gabinete.
Los peruanos no estamos de acuerdo con que “el oficial peruano tiene que ser diferente, no puede ser ciento por ciento castrense”; que “los conocimientos exclusivamente militares, son relativamente fáciles de aprender y sencillos de ejecutar”; y que “el Ejército en el Perú no puede darse el lujo de tener un personal netamente castrense”.
El Perú sí puede -y debe- darse el lujo, que no, es un lujo sino necesidad y deber patriótico, de mantener un personal netamente castrense dedicado exclusivamente al servicio de la Patria, de acuerdo con el juramento que se presta al entrar a los Institutos Armados.
La preparación del soldado es única. No es posible llegar a lucir virtudes castrenses sino habituándose a ellas en esa clase de educación, dedicada a formar a un verdadero Ejército.
La educación que un joven recibe en la Escuela Militar y en el cuartel, durante su carrera, tiene la gran virtud de hacer de él un verdadero militar; es decir, un hombre dedicado a servir a su Patria en la milicia, y preparado para el caso en que el país necesite de él, en el campo de batalla.
Nada contribuye más a desarrollar el patriotismo y el deber para con la Patria, que el ejemplo de un joven militar que se mantiene por encima de cualquier división política. Nadie lo critica; todos lo celebran y lo admiran.
Quien se preocupa por otros problemas que tiene el Perú, que merecen especial atención, pues que no piense en desvirtuar la dedicación exclusiva que la Fuerza Armada debe tener para cumplir con su misión. Para esas otras especialidades, debería pensarse en centros de investigación y enseñanza, independientes de la Fuerza Armada.
Se podría establecer, por ejemplo, que después de uno o dos años en la Escuela Militar, cada uno de los estudiantes tuviera la posibilidad de elegir o ingresar definitivamente a la Fuerza Armada, escogiendo entonces el ramo que prefiriera; o dedicarse a alguno de esos otros estudios, optando por ir a la escuela especializada en la materia, que no tendría nada que ver con la Fuerza Armada.
Si se quiere hacer algo, con el solo fin de desarrollar al país, enhorabuena, que se haga con personal debidamente preparado y educado exclusivamente para eso, pero no desviando a los militares de su misión.
Un político colombiano, gran estadista, que fuera presidente de su país, Alberto Lleras Carilargo, honroso responsable de restablecer la democracia en Colombia, dijo con claridad meridiana lo que yo avalo hoy para la Fuerza Armada del Perú.
Ya elegido Presidente, después de la dictadura de Rojas Pinilla y poco antes de asumir la Primera Magistratura, Lleras Camargo tuvo una reunión con los jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas de su país, en el teatro Patria, de Bogotá, el 9 de mayo de 1958, es decir, hace casi veinte años. En esa ocasión les dijo:
Esta entrevista entre ustedes y yo, para mí gratísima, tiene una importancia muy grande para Colombia. Este acto es histórico, aunque sea como yo lo he pedido a los jefes militares, privado. Y es histórico, no porque ustedes y yo seamos seres excepcionales, que hacen historia con cada movimiento o cada palabra, sino porque ustedes y yo representamos en este momento cosas esenciales de la República que, si son claras para todos nosotros, pueden traer al país una época de paz y bienestar. Y que si no las entendemos bien y no las aprecian con igual claridad todos nuestros compatriotas, seguirán siendo el origen de perturbaciones y dificultades innumerables.
¿Qué son ustedes y qué representan? Yo creo saberlo y si no lo supiera, sin equívocos ni dudas, tengan ustedes la certidumbre de que no estaría hoy hablándoles aquí en estas condiciones.
Claro que todos sabemos que ustedes son la Fuerza Armada de Colombia. Pero para muchos de nuestros compatriotas y tal vez, para algunos de ustedes, el concepto de Fuerza Armada está ligado a circunstancias cambiantes, a lo que hoy son, a lo que hoy representan, a los sufrimientos presentes, a las glorias inmediatas o un poco más lejanas. Pero yo soy muy adicto a ir a los orígenes de las cosas, porque sólo en ellos se descubre su exacto sentido.
La humanidad es, por fortuna, muy vieja, y si recorremos su paso por el planeta, hacia atrás, hasta sus orígenes más remotos, descubrimos con asombrosa facilidad por qué estamos aquí reunidos, por qué hay un grupo de cuarteles en este cantón, por qué hay diversidad de armas y de servicios, por qué, en fin, hay gentes armadas dentro de una sociedad que teóricamente al menos debiera andar desarmada.
Los primeros pueblos, las primeras tribus que se organizaron como un rudimento de nación no tenían ejércitos, porque eran un ejército. Ejército ambulante en las tribus nómades, ejército parapetado y defensivo en aquellas que se fueron estableciendo con el ánimo de sembrar, cultivar, coger cosechas. Aún los campesinos eran parte de las milicias. Los jefes de Estado, si así pudieran llamarse, o lo que hoy corresponde a ellos, eran los jefes de las milicias. Eran los más fuertes, los que golpeaban mejor con la maza, los más astutos, los más desconfiados. Ninguno murió en su cama porque no había cama, y porque además la transmisión de mando se hacía de la manera más ejecutiva: se le cortaba al jefe la cabeza y se le ponía el casco de crines a otro, generalmente al asesino...
...Va apareciendo ya la necesidad de dividir el trabajo y de que alguien legisle, es decir, que haga las leyes, alguien que diga cómo se aplican en cada caso, alguien que las haga cumplir, alguien, en fin, que ponga la fuerza al servicio de la ley desamparada e inerme.
Con la civilización creciente, los nuevos artefactos, las nuevas armas, el oficio de la defensa de las fronteras y del orden en naciones muy complejas y pobladas, se hace a su vez, muy arduo. Ya no se puede contratar mercenarios como en las ciudades italianas, para que combatan y mueran mientras la gente dentro de las murallas hace negocios y se divierte. Porque los mercenarios venden su fuerza y no tienen afección por la ciudad a que sirven. Aparece el servicio militar que Maquiavelo y César Borgia aconsejan, adivinan y practican. Ese servicio es el Ejército Nacional, arrancado del pueblo, movido por un interés superior, por una idea más alta, por un sentimiento más ambicioso que el de la simple defensa primitiva. La Patria está en marcha. Los estados nacionales y nacionalistas comienzan a formarse. Y ya estamos en nuestro tiempo.
Los Ejércitos vienen a ser entonces el más alto, puro, noble servicio nacional. No se entra a ellos por la paga, ni por ningún estímulo pequeño. Sino porque se va a servir de la manera más peligrosa, y porque se va a vivir en función de gloria con una constante perspectiva de muerte. ¿Para qué? Para que los demás vivan en paz, siembren, produzcan, duerman tranquilos y sus hijos y los hijos de sus hijos sientan que la Patria es un sitio amable y bien guardado. Es el oficio más abnegado, porque no espera ni compensaciones ni reconocimientos inmediatos. La mayor parte del tiempo la Fuerza Armada no hace sino estar, existir, precaver, con su sola presencia, que no ocurra nada malo; ni invasiones, ni asaltos, ni guerras. Pero si algo ocurre, el soldado tiene que ir a poner el pecho para defender a los que están detrás de él. Semejante tarea sólo tiene paralelo, menos en el peligro, con las vidas maceradas de los monjes y de los santos. Por eso se rodea de ciertos privilegios, honras, fueros que no tienen los demás ciudadanos comunes. Por eso y porque además esos atributos son absolutamente indispensables.
La educación del que comanda gentes de armas es excepcional, como lo es en
menor grado, la del soldado. Nada de lo que ocurre en las unidades militares deja
de tener sentido. Todo es preparación constante para el minuto de riesgo y de muerte.
En cambio, la educación de los paisanos es para la paz, el disentimiento, la controversia, el trabajo sin riesgos y no es necesaria una tan rígida disciplina.
Obedecer es fundamental, básico, insustituible en la unidad armada, porque cuando se está ante la muerte o en batalla, discutir es perder la empresa. Es muy peligroso que se desobedezca una orden, que por insensata que parezca, ejecutada por cien o mil hombres con rigurosa disciplina, puede conducir a la victoria o minimizar el desastre. La acción guerrera necesita rapidez, unidad, decisión inmediata y, todo eso, no da tiempo para juzgar todos los aspectos de la cuestión.
La preparación militar requiere, pues, que el que dé las órdenes haya aprendido a darlas sin vacilar, y tenga hasta donde es posible, todo previsto; y que el que las recibe, las ejecute sin dudas ni controversias. Exactamente al revés de la sociedad civil, que tiene la única garantía de su libertad y de su acierto en que haya tiempo para discutir, para oír opiniones y para discrepar. El peligro es el factor que hace toda la diferencia entre la una y la otra.
Lo primero que se aprende al llegar a un ejército moderno, es que cada uno de sus cuerpos tiene una misión, un cometido, una capacidad y un oficio diferente. La preparación para una unidad blindada no forma automáticamente un artillero, ni un operario de comunicaciones puede servir eficazmente en una patrulla, cómo no lo será dentro de la sociedad civil, complejísima, que no tiene vínculo alguno entre sí, sino el del territorio. Por eso, las escuelas civiles como las militares, preparan gente para todos los oficios y profesiones. Cada una tiene su ética, tiene sus reglas, tiene su sistema. No es lo mismo mandar en una universidad que en un regimiento.
Toda la vida de ustedes ha estado dedicada a aprender, a obedecer y, como consecuencia, a saber mandar, cuando le llegue su tiempo; pero, a mandar personas que no deliberan sobre sus órdenes ni las discuten. Es un ejército radicalmente distinto del mando en la vida civil.
Si yo pretendiera mandar una unidad mínima de caballería, que es mi arma, puesto que tengo el privilegio de ser coronel honorario de la escuela, entraría inmediatamente a discutir con los oficiales y la tropa, a consultar su opinión, a cavilar, a tratar de poner a todo el mundo de acuerdo y aun a adivinar los intereses y sentimientos de los caballos. No lograría hacer avanzar dos kilómetros a mi unidad. Pero si se trata de poner gente de acuerdo, no sometida a ninguna disciplina, acostumbrada a concebir diferentes maneras de hacer las cosas, con capacidad para hacerla por su cuenta, sin mi consentimiento, probablemente, como se ha visto en estos últimos años, podría lograr algunos resultados. Hemos sido educados para funciones diferentes y para distintas maneras de servicio. Esto es todo. El de ustedes es más peligroso y allí reside su nobleza.
La política es el arte de la controversia por excelencia. La milicia, el de la disciplina. Cuando las Fuerzas Armadas entran a la política, lo primero que se quebranta es su unidad, porque se abre la controversia en sus filas. El mantenerlas apartadas de la deliberación pública no es un capricho de la Constitución, sino una necesidad de su función. Si entran a deliberar, entran armadas. No hay mucho peligro en las controversias civiles, cuando la gente está desarmada. Pero si alguien tiene a sus órdenes, para resolver la disputa, cuando ya carezca de argumentos o pierda la paciencia, una ametralladora, un fusil, una compañía o las Fuerzas Armadas, irá a todos los extremos, se volverá más violento, será irrazonable, no buscará el entendimiento sino el aplastamiento y todo acabará en una batalla.
Por eso las Fuerzas Armadas no deben deliberar, no deben ser deliberantes en política. Porque han sido creadas por toda la Nación, porque la Nación entera, sin excepciones de grupo, ni de partido, ni de color, ni de creencias religiosas, sino el pueblo como masa global, les ha dado las armas, les ha dado el poder físico con el encargo de defender sus intereses comunes, les ha tributado los soldados, les ha dado fueros, las ha libertado de las reglas que rigen la vida de los civiles, les ha otorgado el privilegio natural de que sean gentes suyas quienes juzguen su conducta y todo ello con una condición: la de que no entren con todo su peso y su fuerza a caer sobre unos ciudadanos inocentes, por cuenta de los otros. Además, esa condición es indispensable, porque si las Fuerzas Armadas tienen que representar a la nación ante presuntos enemigos exteriores, necesitan de todo el pueblo, del afecto nacional, del respeto colectivo, y no lo podrían conservar sino permaneciendo ajenas a las pugnas civiles.
Las Fuerzas Armadas no pueden, pues, tener partido. En cambio, una sociedad civil sin partidos, no existe, ni puede operar una democracia sin ellos. Todo el mundo tiene un concepto sobre lo que debe hacerse en el gobierno. Esos conceptos pueden prevalecer en todos los gobiernos, puesto que son contradictorios. Haciendo un promedio entre ellos, concesiones y transacciones, las gentes se aglomeran en partidos y con ellos gobiernan o con ellos se oponen al Gobierno. El partido, así concebido, es un canal de opinión y no es lícito sino conveniente, que la opinión cambie de canales, que engrose uno cuando quiere ir hasta cierto rumbo y que lo abandone cuando se convence de que un determinado rumbo está equivocado.
...Si las Fuerzas Armadas entran a la política y a la dirección del Gobierno, entran inevitablemente en la disputa sobre si el Gobierno es bueno o malo. Inmediatamente se forma un partido, el suyo, y el otro, el adversario del Gobierno. Dividen a la Nación en vez de unificarla. Es que aún con las mejores intenciones, no se puede gobernar al gusto de todos. Eso es contrario a la naturaleza de las cosas. Y el desprestigio que cae sobre todo gobierno, no puede caer sobre una institución armada sin destruirla. Si los jefes deliberan en plaza pública, dan opiniones sobre materias ajenas a la milicia, sufren equivocaciones, se enredan en los inevitables líos de gobernar, los oficiales subalternos se sentirán obligados a discutir su conducta, que ya escapa a la disciplina del oficio, y hasta los soldados entrarán en la controversia. Ejércitos, Armadas, Fuerzas Aéreas, Fuerzas Policiales, sometidas a ese tratamiento, se anarquizan y se desbaratan.
Porque así entiendo yo las funciones de Gobierno y las de las Fuerzas Armadas, no he querido jamás que se confundan ni entreveren... Yo no quiero que las Fuerzas Armadas decidan cómo se debe gobernar a la Nación, en vez de que lo decida el pueblo; pero, tampoco quiero, en manera alguna, que los políticos decidan cómo se deben manejar las Fuerzas Armadas en su función técnica, en su disciplina, en sus reglamentos, en su personal.
Esas dos invasiones son funestas y, en ambos casos, salen perdiendo las Fuerzas Armadas. La política mina la moral y la disciplina de las Fuerzas Armadas. Las Fuerzas Armadas, al transgredir el límite de sus funciones, entran a la política y la dañan. La dañan simplemente porque nadie las invita a entrar a la política sino con el ánimo de que echen bala por su cuenta, pongan los muertos, destruyan a sus enemigos y defiendan intereses ajenos a las conveniencias generales de la República.
Al término de estas extralimitaciones, las Fuerzas Armadas regresan a su oficio primitivo rodeadas de adversarios, sin prestigio, sin gloria y sin amigos.
Porque entiendo así las cosas, jamás he pensado que las Fuerzas Armadas juzguen que es una conducta inamistosa mi oposición a que sean cosa distinta de lo que deben ser. Tal vez sea yo uno de los colombianos vivos que más ha escrito, hablado y pensado sobre la misión de las Fuerzas Armadas y desafío a cualquiera que encuentre una sola línea, una sola palabra, una sola expresión de las emitidas en treinta años de vida pública que sea, no digo hostil, pero siquiera crítica para las instituciones armadas de Colombia.
Ni aún en los días de combate político legítimo contra el gobierno personal de un jefe militar, hay un solo instante en que no estableciera el necesario divorcio para mí clarísimo, entre los Institutos militares, sujetos a la disciplina, y el jefe de un gobierno capaz, como todos, de cometer errores, faltas y abusos. Expliqué entonces muy bien a la opinión pública cómo era un imposible jurídico, moral, físico, que se pudiera gobernar a nombre y en representación de las Fuerzas Armadas y que ellas gobernaran en realidad, si su misma estructura interna impide que deliberen y que discutan y que asuman responsabilidades diferentes de las que sus reglamentos les indican estrictamente, en cada escala de la jerarquía, desde el jefe hasta el cabo.
Pretender que las Fuerzas Armadas estaban gobernando cuando se hacían nombramientos, cuando se decretaba, cuando se contrataba, cuando se determinaba sobre la vida civil, cuando se disponía sin restricción alguna de la suerte de trece millones de colombianos, era pretender lo imposible, lo inverosímil.
Tuve dos empeños en esas campañas: que hubiera en la mente pública una clarísima distinción entre el Presidente, su Gobierno y sus actos; y las Fuerzas Armadas. Y luego, que no hubiera conspiración, ni indisciplina, ni insubordinación, ni entendimiento entre civiles y militares para derrocar al Gobierno, sino que se mantuviera, al llegar la inevitable crisis, la unidad total de las Fuerzas Armadas para impedir su destrucción y para que no cayera ninguna mancha sobre su prestigio. Ambas cosas se lograron y estoy orgulloso de ello. La verdad es que un año después de esos días difíciles, el pueblo respeta más sus instituciones armadas, las aprecia, sabe que las necesita y confía en ellas...
....El orden constitucional, la paz, la seguridad del Gobierno, la tranquilidad del pueblo, van a estar, como deben, confiadas a los miembros de las Fuerzas Armadas. Yo seré el símbolo del pueblo inerme que deposita la totalidad de su confianza en las Fuerzas Armadas.
Eso debe ser el Mandatario de una República, como estoy ahora aquí, solo, entre ustedes, así estaré hasta el término de mi mandato. Esa frágil figura civil será, hasta el límite de sus capacidades y de sus energías, el símbolo de la voluntad nacional. Se puede quebrantar con un gesto, con un ademán, sin esfuerzo alguno. Pero si se quiebra, se quiebra con ella la historia de la república, la honra de las Fuerzas Armadas, la fe entre las gentes. Y todo lo que sigue es el vacío, la fuerza, la coacción, la incertidumbre, la ley de la selva, sustituyendo a la Ley Fundamental de la Nación.

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