martes, 20 de diciembre de 2011

Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Las dictaduras no son omnipotentes

La experiencia del Perú bajo la dictadura confirma que es inevitable el fracaso de los esfuerzos oficiales para impedir que las leyes económicas prevalezcan. La misma experiencia se ha recogido en todos los países donde se ha intentado. Alguien decía: “es como pretender, mediante leyes, decretos o acción policial, que el agua corra hacia arriba”.

Los campesinos peruanos son más realistas: cuando llevan el agua a sus cam-pos a través de acequias que ladean los cerros con el mínimo aconsejable de pendiente, tanto que no se advierte que el agua baja, y hasta se produce la ilusión visual de que la acequia remonta el cerro, dicen: “Así se engaña al agua”.

Ellos, sin saberlo, dan una lección no sólo de riego, sino también de política: aprovechan las leyes naturales, sin pretender contrariarlas, pero sí encauzarlas hacia el objetivo que se habían propuesto. Algo así como un planeamiento democrático, que induce con incentivos sin interferir el curso natural de las cosas.

En contraste, algunos gobernantes y todas las dictaduras se niegan a tomar en cuenta la realidad. No quieren rendirse a la experiencia, y pretenden que pueden controlar todo, desde la libertad de las personas hasta las leyes de la conducta humana, confiados sólo en el poder que tienen en sus manos.

Cuando fracasan, culpan a las “mafias”, a “intereses inconfesables”, o a las fallas de determinados funcionarios, o a Dios sabe qué cabezas de turco. Nunca admiten los errores de su propia política. Se cuenta de un dictador peruano que preguntaba por qué no dar un decreto-ley que derogue “la ley de la oferta y la demanda”.

Hay quienes atribuyen el fracaso de las medidas que dictan al egoísmo de los hombres, “alienados por el capitalismo”. Por eso proclaman la necesidad del “hombre nuevo”, que el Gobierno Revolucionario está formando en el Perú, según dijo Augusto Zimmermann, jefe de Información del dictador Velasco, durante la conferencia de prensa que sostuvo en Barcelona con ocasión de la edición de su último libro.

¿Puede alguien esperar que de ese adoctrinamiento salgan genuinos San Francisco de Asís?

No faltan quienes identifican los principios comunistas con el desinterés, la falta de egoísmo, la aspiración porque los actos de cada uno se inspiren exclusivamente en el bien de los demás. De allí llegan a concluir que en ese mundo sí es posible que los gobiernos dicten con éxito medidas que controlen las leyes económicas en bien de todos.

Ahora bien, lo que pasa en el imperio comunista, Rusia y sus satélites, ya no es un experimento en sus fases iniciales, sino una experiencia de muchos años. El sistema ha sido ensayado, sometido a prueba y corregido y tratado de enmendar varias veces, hasta alcanzar su forma actual. La Unión Soviética ya ha vivido más de medio siglo, casi sesenta años, bajo tal sistema, y hasta el benjamín comunista, la Cuba de Castro, se acerca a veinte años de colectivismo.

Al tiempo de escribir estas líneas, apareció en el Herald Tribune, de París, el 10 de setiembre de 1975, una versión elocuente de lo que pasa hoy bajo el marxismo-leninismo.

He creído interesante traducirlo al español para que aparezca en este libro. He aquí la traducción:

El mercado negro prospera en Europa Oriental a pesar de sus grandes riesgos.

La tolerancia oficial contrasta grandemente con los ideales comunistas”

Por Malcolm B. Browne.

Belgrado, Set. 9 (N.Y.T.) No obstante, el riesgo teórico de ir a la cárcel o ser ejecutado por “crímenes económicos” en los países comunistas, el mercado negro está en auge en Europa Oriental.

Los turistas y otros visitantes de Occidente quedan asombrados a menudo ante el contraste de la fachada oficial de estricta probidad comunista con la realidad de una grosera corrupción a la vista de todos.

El extranjero, en estos tiempos, puede esperar que los cambistas ilegales le acosen tanto en el Museo Ermitage de Leningrado, como en lo que fue el campo de concentración de Auschwitz en Polonia, en el castillo de Drácula en Rumania, en las gradas de los ministerios de relaciones exteriores, o en muchos otros lugares inesperados.

Un surtidor de gasolina en Rumania suele ofrecer llenar el tanque del auto a cambio de una o dos cajetillas de cigarrillos americanos. El servicio de taxis en Praga es gratis para el cliente que acepte la propuesta de vender moneda extranjera.

En algunas capitales comunistas, el visitante puede ganar ilegalmente US$ 70 (dólares de los Estados Unidos) por un par de blue-jeans americanos, usados y en hilachas.

Aun artículos producidos dentro del país pueden alcanzar altos precios en el mercado negro.

La distribución de los productos alimenticios en la Unión Soviética es tan deficiente que, en ciertas épocas, puede venderse en el mercado negro de Moscú y a precios exorbitantes fruta fresca de la misma Rusia. Los precios son a veces tan elevados, que es posible obtener grandes ganancias con sólo tomar un boleto barato de la línea aérea soviética con destino a algún pueblo agrícola en Ucrania, comprar allí una maleta llena de melones o de alguna otra fruta y traerla de regreso en avión para su venta ilegal en Moscú.

El viajero occidental, acostumbrado a ser bien atendido en el Oeste, advierte que esto es imposible de obtener en el Este si no ofrece enormes propinas o pagos disimulados por debajo de la mesa.

En Moscú, en las noches de nieve, hay taxistas que suelen circular hasta encontrar grupos de gente que los necesiten. Los que están impacientes por encontrar movilidad, compiten entonces entre sí para determinar el monto de la propina que cada uno está dispuesto a dar, y el que más ofrece, es el que logra que el vehículo lo lleve a su destino.

En una ciudad grande, los residentes se han dado cuenta de que el tiempo que pierden en interminables colas, mientras esperan ser atendidos por los médicos, puede acortarse, drásticamente, con la presentación de un cartón de cigarrillos.

El mercado negro de cualquier moneda occidental que inspire confianza ha llegado a ser cosa corriente, aunque sea estrictamente ilegal en los países comunistas. Es una desviación del sistema oficial que, sin embargo, es tácitamente tolerada o hasta fomentada por los gobiernos comunistas.

Una notable excepción parece ocurrir en Yugoslavia y en Hungría, donde los tipos oficiales de cambio de las monedas locales son fijados realistamente, en lo que corrientemente se cree que valen. No se oye hablar de mercado negro en monedas extranjeras en ninguno de esos dos países.

Un economista de un país comunista dice: “Seamos sinceros”.

“Los mercados negros podrían ser rigurosamente reprimidos, pero, entonces, ¿qué pasaría? Así como están las cosas, son inmorales, quizá en desacuerdo con la teoría marxista-leninista, pero son verdaderos mercados libres. Permiten que la gente obtenga cosas que, de otra manera, no estarían a su alcance; y absorben el exceso de moneda que siempre aflora en torno de los consumidores en el mundo socialista. Eso no está mal”.

Las poderosas fuerzas policiales en Europa Oriental, tienen obviamente pleno conocimiento de las operaciones del mercado negro, que se realizan en sus narices, pero, por lo general, prefieren hacerse de la vista gorda. Los casos de detención o arresto parecen ser raros, y no se da publicidad a lo que ocurre.

Se limita en parte el volumen de las transacciones ilegales de cambio de moneda por el hecho de que, a su llegada, un extranjero tiene que cambiar cierta cantidad de moneda por cada día que dure su visita. Así se ve forzado a cambiar, legalmente, por lo menos parte de su dinero.

“De hecho -dijo un experto checoslovaco-, lo único que se logra verdaderamente es alentar al visitante a sentirse tranquilo de poder cambiar el resto de su dinero en el mercado negro. En efecto, toda Checoslovaquia es un solo mercado gris. Quizá sea esto un error y ciertamente es ilegal, pero funciona.

Nuestro mercado negro da a las autoridades una especie de espada de Damocles que mantiene sobre la cabeza de cualquiera que tenga la conciencia sucia, da al Estado un ingreso constante de moneda dura, y nos da, al resto de la gente, una mejor vida de lo que podríamos esperar bajo un verdadero puritanismo comunista. Así, pues, todos se benefician”.

1 comentario:

  1. Pedro Gerardo Beltrán Espantoso
    Las dictaduras no son omnipotentes


    La experiencia del Perú bajo la dictadura confirma que es inevitable el fracaso de los esfuerzos oficiales para impedir que las leyes económicas prevalezcan. La misma experiencia se ha recogido en todos los países donde se ha intentado. Alguien decía: “es como pretender, mediante leyes, decretos o acción policial, que el agua corra hacia arriba”.


    Los campesinos peruanos son más realistas: cuando llevan el agua a sus cam-pos a través de acequias que ladean los cerros con el mínimo aconsejable de pendiente, tanto que no se advierte que el agua baja, y hasta se produce la ilusión visual de que la acequia remonta el cerro, dicen: “Así se engaña al agua”.


    Ellos, sin saberlo, dan una lección no sólo de riego, sino también de política: aprovechan las leyes naturales, sin pretender contrariarlas, pero sí encauzarlas hacia el objetivo que se habían propuesto. Algo así como un planeamiento democrático, que induce con incentivos sin interferir el curso natural de las cosas.


    En contraste, algunos gobernantes y todas las dictaduras se niegan a tomar en cuenta la realidad. No quieren rendirse a la experiencia, y pretenden que pueden controlar todo, desde la libertad de las personas hasta las leyes de la conducta humana, confiados sólo en el poder que tienen en sus manos.


    Cuando fracasan, culpan a las “mafias”, a “intereses inconfesables”, o a las fallas de determinados funcionarios, o a Dios sabe qué cabezas de turco. Nunca admiten los errores de su propia política. Se cuenta de un dictador peruano que preguntaba por qué no dar un decreto-ley que derogue “la ley de la oferta y la demanda”.


    Hay quienes atribuyen el fracaso de las medidas que dictan al egoísmo de los hombres, “alienados por el capitalismo”. Por eso proclaman la necesidad del “hombre nuevo”, que el Gobierno Revolucionario está formando en el Perú, según dijo Augusto Zimmermann, jefe de Información del dictador Velasco, durante la conferencia de prensa que sostuvo en Barcelona con ocasión de la edición de su último libro.


    ¿Puede alguien esperar que de ese adoctrinamiento salgan genuinos San Francisco de Asís?

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